El propósito y concepto de la 'performance' musical y participativa de "Ópera" resulta muchísimo mejor que la concreción del proyecto. Pero es tan atractivo su material y las incómodas ideas críticas que dispara, que pese a sus falencias vale la pena exponerse a lo que ofrece. Por algo ha tenido tan buena acogida: su programación dentro de Santiago a Mil debe ser el quinto ciclo de funciones de esta propuesta -la tercera del colectivo experimental y multidisciplinario liderado hace un lustro por Ana Luz Ormazábal- desde su debut en agosto de 2016.
Su meollo es la representación de fragmentos del drama lírico en tres actos "Lautaro", compuesto por Eliodoro Ortiz de Zárate y estrenado en el Teatro Municipal en 1902, en el cual el toqui, su novia Guacolda, Pedro de Valdivia y otros personajes son los héroes de una historia de trágico romanticismo, imitando el estilo verista en boga en esos años. Todos, por cierto, cantando y sufriendo en idioma italiano. Un olvidado bodrio operático cuya ridiculez no admite hoy ser apreciado en serio.
Entramos primero a un espacio abierto en el que cada uno de los 9 miembros continuadores de la vetusta compañía lírica italiana Pantanelli nos habla, con el público rodeándolo, de su currículo, del papel que encarnará en "Lautaro" y la función que cumple su rol en la tragedia (varios, harto 'chantas', se hacen los italianos). Luego se ilustra el primer acto con una serie de cuadros plásticos y vocalizaciones 'a capella', y en seguida se procede a escenificar extractos de la ópera, con actuaciones ampulosas, acompañamiento de piano y subtítulos para las letras. Por ahí se asoma la sonoridad ritual de la música mapuche, o se cuelan deliberadas desafinaciones y chirridos vocales.
En el intermedio, aunque se suponía que todo ocurría en el presente, nos enteramos de que estamos un siglo atrás en los salones de la mansión de una dama de nuestra aristocracia castellano-vasca, que organizó el acto como una velada patriótica-cultural.
Por más que se insinúe al principio la idea de un museo, si se buscó referirse a la crisis actual de la ópera y su pérdida de vigencia, se olvida rápido. Lo que está claro es que la obra en primer término habla -con ironía y a veces sarcasmo, pero nunca con ferocidad- de la siutiquería histórica de nuestro público en cuestiones artísticas, empezando por su clase privilegiada. Sobre todo, de la actitud no resuelta de nuestra sociedad respecto a sus raíces aborígenes, y del abierto desprecio a la etnia mapuche. Otra vez a partir de la punta de la pirámide social, que es modelo de la aceptación hipócrita. Nadie aquí quiere sentirse mestizo, o sea, racialmente impuro.
Esta es una performance -como debe ser- con valor de gesto político. Pero la informalidad y espíritu lúdico con que camufla su fondo no justifica que la libertad de ejecución a veces le juegue en contra y parezca mera improvisación o falta de oficio. Comparado con el estreno, el tramo final luce ahora más comprimido; aun así, hay pasajes que dan la impresión de perder el foco, o francamente sobran. La parte cantada también pudo ser más limpia.
Hasta el miércoles 17 de enero, a las 21:00 horas, en Sala Agustín Siré.