Cuaderno ideal, segundo título de Brenda Lozano (México, 1981), se nos presenta como una extensa peregrinación de la innominada protagonista hacia su mundo interior, desde donde espera el regreso de su amado, quien se encuentra al otro lado del océano y da pocas señales de vida. Cual Penélope en espera de Ulises, la mujer, en lugar de tejer y destejer todas las noches un tapiz para despistar a sus ávidos pretendientes, compone y descompone historias con las cuales procura dar sentido a su entorno, a la atroz violencia que se vive en su patria, a los crímenes sin objeto que a diario vemos en la prensa escrita y audiovisual, fijándose obsesivamente en un enano y después en varios más, quienes serían el punto de partida de su escala diaria; además, una golondrina se transmuta en el símbolo cambiante y a la vez constante en esta extraña narración, que también recurre a la famosa Magdalena de Proust, a los pequeños planetas por donde viaja un gato mientras ella duerme y pone como música de fondo la canción Wild is the Wind, preferentemente interpretada por David Bowie.
Su novio, en verdad, se llama Jonás y el nombre no es ninguna casualidad, ya que los padres lo tomaron, literalmente, de las Sagradas Escrituras. Tal vez esa sea una de las historias más bellas y enigmáticas incorporadas al Antiguo Testamento, al Talmud y al Corán, todos libros que forman parte del legado cultural de las tres principales religiones monoteístas del mundo. Y puesto que Lozano acude una y otra vez a esta maravillosa fábula, quizá no esté demás resumirla: hace unos 5.000 años, Yahvé le ordenó a Jonás que partiera a Nínive para anunciar la destrucción de la ciudad asiria, que había caído en el vicio y la depravación. Asustado ante semejante cometido, Jonás huyó en una nave a Tartis, la actual península ibérica, a unos 3.500 kilómetros de la urbe sumida en el pecado, pero al desembarcar fue tragado por una ballena, cetáceo siempre amistoso, por lo que tras incontables días de travesía marítima, salió vomitado a las puertas de Nínive, donde vaticinó la inminente caída no solo de esa localidad, sino de Babilonia. Sin embargo, no pasó nada, seguramente porque les habló en hebreo, idioma que los ninivitas desconocían, si bien la interpretación más correcta parece ser la de que Yahvé se compadeció de esa civilización y permitió que floreciera ya que tarde o temprano, asumirían la única fe verdadera. El hecho es que Jonás ha resultado el primer, el único y el último profeta frustrado de la tradición judeo-cristiana e islámica. Por supuesto, Sigmund Freud le sacó un partido enorme a las peripecias del gigantesco pez que transportó en sus entrañas al aterrado futurólogo, tanto así que muchos piensan que, en lugar de padecer de complejo de Edipo, los hombres nunca hemos logrado salir del claustro materno en el que Jonás se vio forzado a navegar.
Consideraciones bíblicas aparte, Cuaderno ideal está lejos de ser una novela y se acerca más al género testimonial, confesional o a lo que su nombre indica, que a una ficción novelesca. Compuesta de retazos, fragmentos, capítulos deliberadamente construidos al azar, Lozano desliza sus ideas y su programa narrativo de modo difuso, en ocasiones con buenos segmentos y en otras con lo primero que se le viene a la cabeza. Por ejemplo, el siguiente pasaje no guarda ninguna relación con el eje central, aun cuando indudablemente demuestra que la joven prosista puede escribir muy bien: "Tengo una fascinación por lo inútil. Entre más inútil un objeto, mayor me parece su triunfo. Como si fueran cosas hechas para contar historias más que para ser de utilidad a alguien. Soy de las que compran una bebida porque la botella me parece atractiva. Aunque la bebida no me guste, admiro la botella. En otras palabras, compraría un caleidoscopio antes que una aspiradora. No compraría los gnomos de resina porque no me gustan, pero me imagino que la viejita que se encoge podría tener a Bigfoot en su jardín. En su nombre pregunto algo que quizás ella preguntaría, ¿por qué Bigfoot no es ideal para interiores?".
El problema, claro, es que un buen relato literario no consiste en una especie de
patchwork hecho a la manera que a Lozano se le venga en gana, al correr de la pluma, como fruto de la inspiración del momento o como trabajo para un taller en cuento (según se nos informa en la solapa, esta es una de las ocupaciones principales de la artista, quien también se dedica a ejercer numerosos otros oficios relacionados con la escritura). Si así fuera, si se tratara de meter con calzador, injertar, citar, insertar, a propósito de nada, palabras de Clarice Lispector o repetir las desafortunadas hazañas de Helena de Troya, de aludir a numerosas personas, evocar recorridos turísticos o imaginarios prácticamente en cada página, bueno, cualquier cosa podría ser una novela. Aparte de lo ya indicado,
Cuaderno ideal carece de tal estatuto porque no hay personajes, no hay argumento, no hay tensión, no hay drama, no hay evolución en la trama, en fin, comenzamos leyendo este volumen con cierta fascinación por lo nuevo, lo joven, lo original y terminamos tal como al principio, vale decir, sin saber a qué atenernos con respecto a esta estrambótica intriga. Es posible que
Cuaderno ideal sea un buen ensayo para una construcción posterior más compleja y elaborada, es posible que Lozano se pierda en la maraña de sus mágicas ensoñaciones; no obstante, lo más probable es que solo se nos quede grabado el mito de Jonás y la ballena.