El Festival Internacional de Teatro Santiago a Mil, a sus 25 años, es una institución sólida, la más importante en las artes escénicas de nuestro país. Respetada internacionalmente, año a año transforma Santiago, y muchas ciudades de provincia, en bullentes espacios donde se presenta lo mejor de nuestro teatro y danza del año anterior, y se reciben obras internacionales que por años han sido aclamadas en el extranjero.
Esta vez comenzó con una Clase Magistral de Alfredo Castro en el Teatro Camilo Henríquez. Haciendo referencia al creador del teatro moderno, Antonin Artaud, habló de la crueldad, del extremo rigor que debe tener el actor al expresarse, al darle el cuerpo que el personaje necesita para estar en el escenario e influir para llegar a una mejor concepción del mundo y guiar hacia valores. Con lenguaje poético señaló que el centro del trabajo del actor es el pensamiento, la concepción del mundo, de la época y del personaje que se presente. Su palabra al inicio del festival fue inspiradora y estimulante.
Un segundo comienzo del Festival fue la presentación de "Andrés Pérez de Memoria",
collage viviente de escenas de obras que él dirigió. María Izquierdo hizo la selección, la dirigió e interpretó varios papeles. Representó su inolvidable japonesita de "La Negra Ester". Su canto en "Japonesita ven/ que quiero yo libar / los dulces ósculos de miel/ que tu boquita sabe dar" fue realmente estupendo. Graciosa y con tono popular fue la escena que se presentó de "La Consagración de la Pobreza" de Alfonso Alcalde, y sugerente la de la obra "Madame de Sade" de Yukyo Mishima. Pero donde se llegó a un punto culminante fue en la interpretación que hizo Rodolfo Pulgar del discurso de Salvador Allende el día en que fue elegido Presidente de la República, decirlo frente a La Moneda produjo un momento de profundo silencio.
Hasta ahora, las obras extranjeras han provocado reacciones encontradas, en gran parte por los modos experimentales que han elegido los directores y por la natural dificultad para ser entendidas por un público que mayoritariamente solo este mes se vuelca al teatro, y durante el año más bien ve series de televisión o películas comerciales.
"Oh, socorro", de Mauricio Celedón, estrenada en París en junio; "Die Odyssee", del director alemán Antú Romero, y "Miniatures" de la compañía francesa Royal de Luxe dirigida por Jean-Luc Courcoult, tienen un rasgo común que comparten con muchas obras del teatro actual, son series de acciones atrayentes pero con escasa relación entre sí. Lo que aparece como gran tema inspirador es más bien un pretexto para justificarlas. Esto se advierte en "Die Odyssee", pues aunque los dos hijos de Ulises, Telémaco y Telégono, tienen secundaria participación, aquí son los protagonistas y, por la magia de su interpretación, llenan ellos solos el escenario y mantienen al público prendido a lo que hacen, atraído por su destreza e ingenio, pero de la grandeza de "La Odisea" queda solo el nombre.
Bella fue la interpretación de los
lieder de grandes maestros de la música romántica y canciones modernas con que el director suizo Christoph Marthaler construyó su obra teatral "King Size". En una serie de escenas en que cuatro personajes coinciden en una pieza de hotel y realizan acciones coordinadas pero sin relación entre ellos, lo central es la forma anómala en que cantan: acostados en la cama matrimonial, con medio cuerpo saliendo de debajo de la cama, o asumiendo actitudes de grandes cantantes que simulan estar profundamente inspirados. La obra se funda en la destreza musical y en el humor, que por ser sutil, puede no ser captado. Pero en medio de su serie de juegos, propone al menos dos ideas nada graciosas: la inutilidad de todas las acciones, especialmente si se las mira desde la vejez, y la básica ambigüedad en que vivimos. Los cuatro personajes actúan en conjunto, pero parecen hacerlo solo para sí mismos, o cada uno puede estar imaginando o soñando.
Los peores comentarios se los ha llevado la obra italiana "Natale in casa Cupiello" de Eduardo de Filippo dirigida por Antonio Latella. Para italianos residentes en Chile, y que han visto varias veces esta obra ya clásica en su teatro, esta versión es inaceptable. Para el público chileno, que no la ha visto antes, no es graciosa y no se le ve sentido. Sin embargo, bien mirada, es clara en proponer una fuerte crítica a las pretensiones academicistas de los teóricos del teatro, que así lo destruyen. En el primer acto, los actores no actúan, parados en línea frente al público solo dicen el texto y dan excesiva importancia a las acotaciones. El segundo acto se ríe de la pretensión de directores y gente de teatro de hacer una disrupción entre el texto y la acción, parece inteligente que el texto diga una cosa y la acción muestre otra, se supone que obliga al público a pensar, pero muchas veces es puro absurdo. Aquí se trata de un almuerzo familiar, y lo que se muestra son grandes animales, peces y aves que se usarían para cocinar. Lo más significativo es el rol de la madre, que tira el carro de esa familia. Vemos una gran carroza, con todos adentro y es ella la que la arrastra. Y el último acto, el de la tragedia por la muerte del padre, es elevado a la grandilocuencia italiana de la ópera. El padre enfermo y que tiene una fijación loca con los pesebres de Navidad, está ahora, como un niño Jesús viejo, acostado no en su cama, sino en un pesebre, rodeado de sus compungidos familiares; el médico que lo examina da su dictamen en una operática aria de bello canto. Todo es una burla despiadada al teatro como lo hacen los que pretenden realzarlo en formas equivocadas. Mirada así, y no como una fallida representación de "Natale in casa Cupiello", tiene sentido e implica una crítica feroz.
Santiago a Mil remece el teatro cada vez.