Cuando buena parte de la población disfruta de sus vacaciones, y otros se aprestan a hacerlo, puede no ser lo más atinado recordar que el desafío económico número uno del país hoy es aumentar su productividad. Pero ante la caída del dólar a cerca de 600 pesos, provocada por el alza del cobre y las buenas expectativas que despierta el gobierno entrante, ello se torna urgente.
El mejor antídoto contra el deterioro de la capacidad que provoca un dólar barato en las actividades exportadoras y las que compiten con las importaciones es elevar la productividad, cuya contrapartida es la reducción de los costos unitarios de producción. Nuestro desempeño en ello ha sido decepcionante. Según la Comisión Nacional de Productividad (CNP), en su definición más rigurosa, la productividad ha subido apenas un 1% por año desde 1990 a la fecha. La OCDE, en reciente estudio, sostiene que el virtual estancamiento de la productividad es la mayor limitante de nuestro crecimiento económico.
Parte del problema se origina en la minería. Su productividad -según la OCDE- habría decaído a casi el 5% anual por más de veinte años. En buena medida ello se explica por el deterioro de la ley media del mineral extraído y el consiguiente incremento de costos, lo cual es natural que ocurra a medida que se van agotando los yacimientos más valiosos. Pero, como documenta un interesante estudio de la CNP, otros países han enfrentado una situación semejante con mejoras tecnológicas y de gestión que aquí nos hacen mucha falta, tanto en Codelco como en la minería privada.
Mientras tanto, en las actividades no mineras la productividad sigue aumentando, pero se ha desacelerado en los últimos años. El estudio de la OCDE hace referencia, por ejemplo, a la falta de diversificación, innovación e inversión en investigación y desarrollo por parte de la agroindustria.
Dos enfoques suelen emplearse para diagnosticar el origen del mal y prescribir su tratamiento. El primero, de tipo sistémico, es favorecido por ejemplo por la OCDE en el referido estudio y por algunas de las políticas del gobierno saliente. La falla radicaría en la incapacidad de los empresarios individuales para identificar las áreas con mayor potencial o en coordinar esfuerzos dispersos. La solución requeriría dotar al Estado de nuevas funciones para, en conjunto con empresarios y expertos, seleccionar industrias estratégicas y otorgarles a estas el apoyo financiero requerido. Aunque hay excepciones, la experiencia en general indica que ese camino adolece de serias deficiencias de información, eficiencia y riesgo de servir intereses espurios.
El programa del gobierno entrante sigue un enfoque más aterrizado: junto con políticas de efecto transversal, se propone remover los obstáculos tributarios, regulatorios o burocráticos que, en una variedad de sectores específicos, entraban a los emprendedores en su incesante afán por competir, innovar y aligerar costos. Un reimpulso productivo que es en verdad imperioso.