Había que hacerlo: agradecer con efusión una extraordinaria vida en la ópera y una presencia constante en Chile, a pesar de la distancia del país con los grandes centros del arte lírico. No fue un recital convencional el que dio en CorpArtes el jueves; más bien fue una fiesta-espectáculo donde quedó demostrada una vez más la cercanía del tenor español con el público nacional y la fidelidad de este último a su figura.
Quizás por hacer un vínculo con la primera ópera que cantó en Chile, en 1967, escogió para partir un aria de "Andrea Chénier" (Giordano), pero no una de las del protagonistas, sino "Nemico della Patria" para barítono. Está cantando roles de esa cuerda en la actualidad, con suerte diversa, pues claramente continúa siendo un tenor, aunque sin los agudos de antes. Parece innecesario que se adentre en esas aguas porque su voz mantiene la calidad del esmalte, y la emisión y el fiato siguen siendo vigorosos. Claro, resuelve las dificultades con su carisma escénico y con su habilidad artística, como ocurrió después en su vehemente versión para "Di Provenza", de "La Traviata" (Verdi), y en los dúos de "Luisa Miller" (Verdi) y "Don Giovanni" (Mozart), interpretados junto a la soprano puertorriqueña Ana María Martínez.
Ella es una cantante eficaz, con fácil llegada al extremo superior del registro, pero su entrega resulta casi siempre distante y el repertorio escogido no corresponde a sus medios; en especial los dos Verdi ("Ernani" y "Luisa Miller"). Estuvo algo mejor en "Come scoglio" de "Così fan tutte" (Mozart) y, más tarde, en el sector dedicado a musicales y zarzuelas, ofreció una notable versión de "Carceleras", de "Las hijas de Zebedeo" (Chapí).
Se sumaron dúos de "La viuda alegre" (Lehár), "West side story" (Bernstein) y "La del manojo de rosas" (Sorozábal). Martínez cantó "I could have danced all night", de "My fair lady" (Loewe), y Domingo fue sobre "Some enchanted evening" ("South Pacific", de Rodgers), y "Luisa Fernanda" (Moreno Torroba) para terminar con un impetuoso y ovacionado "No puede ser" de "La tabernera del puerto" (Sorozábal).
Los acompañó la excelente Filarmónica de Bogotá -qué buenos bronces y qué buen equipo de percusionistas tiene- bajo la dirección de Eugene Kohn, quien no diferencia bien los estilos y que no supo regular el abultado volumen orquestal. Su mejor aporte estuvo en el medley de "The sound of music" (Rodgers) y en "Libertango" (Piazzolla), con el excelente y enérgico guitarrista Pablo Sáinz Villegas.
Siguieron los encores y las sorpresas. El tenor cantando una romanza de "Maravilla" (Moreno Torroba) y "La morena de mi copla"; Ana María Martínez en el bellísimo "Lamento de María" ("María la O", de Lecuona), y la presencia -prescindible- de Plácido Jr., quien subió para cantar "Adoro" de Manzanero junto a su padre y que luego se quedó ahí para "Sabor a mí".
Todo terminó con emoción, pues Domingo llamó a escena a la querida soprano Verónica Villarroel, su compañera en tantas jornadas, quien se encontraba en la sala. Ella no quería ir, pero, impelida por el aplauso cariñoso del público y la insistencia del tenor, subió para ejecutar entre todos "Gracias a la vida" (Violeta Parra). Fueron tres horas.
Juan Antonio Muñoz H.