Quizás alguna vez le ocurrió padecer una pesadilla reiterativa bastante típica: en el sueño alguien le avisa que, lamentablemente, existe una asignatura escolar, por ejemplo, Química, que en los registros oficiales no figura como aprobada y, en consecuencia, usted debe volver al colegio a rendirla mañana. La crueldad del inconsciente puede dar lugar a exquisitas variantes en las maneras de llevar a cabo la puesta al día de esa deuda escolar. Quizás puede haber escuchado la usual explicación del terapeuta respectivo: existe un ámbito o dimensión de su desarrollo personal que, en el período que usualmente se explora y resuelve, usted omitió tratar, el cual le está cobrando la cuenta por esta vía tenebrosa.
En los pueblos suelen ocurrir fenómenos semejantes. Sería bueno preguntarse, acaso, por las asignaturas pendientes de Chile, aquellas que en su momento no pudo o no quiso enfrentar, saltándose a otra fase de su evolución social como si bastara con hacerse el leso. Es mejor, al parecer, la lucidez, aunque sea tardía, porque de otro modo esa ausencia se hace presente de modo recurrente como un lastre que impide progresar auténticamente.
Así, me pasa con la narrativa chilena contemporánea que, salvo excepciones, a veces me resulta marcada por un exceso de naturalismo y una falta de fantasía, extravagancia, sorpresa, riesgo y juego. Conjeturo, entonces, que la causa de esta falta de vuelo tiene su origen en carencias de la época de formación de la literatura nacional, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se dieron solo algunas pocas obras logradas en este orden que, por cierto, siguieron los modelos europeos coetáneos, sobre todo los franceses y españoles. Es claro que en ese período, porque no existía una práctica literaria extendida y el "escritor" recién empezaba a discernirse como una figura socialmente autónoma, mezclándose su perfil con el "diarismo" (antes que el periodismo), el ejercicio de la abogacía o la diplomacia, una suerte de diletantismo de las letras reservado por lo general a hombres pertenecientes a la élite más adinerada e ilustrada, la literatura naturalista quedó con un remanente sin superar. Hay buenos teóricos que postulan que es una fase necesaria e ineludible porque su espíritu consiste en representar no solo la vida y el lenguaje de los estratos superiores de la sociedad, sino, sobre todo, las clases populares, los más pobres, las vidas mínimas, anónimas e, incluso, marginadas, mostrando el lado perturbador y más escondido de esas realidades. El naturalismo es una tendencia de la literatura que, desde esa perspectiva, implica una fase expansiva y crítica, muchas veces ligada al ascenso de clases medias, cumpliendo una función social en la construcción de nuevas identidades comunes y en la exclusión de convenciones retrógradas. Hoy esa tarea ya está hecha y se percibe el despuntar revoltoso de la "loca de la casa".