Craig Zahler irrumpió en el cine independiente, ganando el premio a mejor director en el Festival de Sitges en 2015 con su primera película, "Bone Tomahawk" (en Netflix, "Frontera Caníbal"). En 2017 volvió a Sitges con "Riña en el Pabellón 99" ("Brawl in Cell Block 99"), un
thriller carcelario estrenado en el Festival de Venecia, con el que ha recorrido otros relevantes festivales, evidenciando que el suyo es un nombre al que hay que estar atentos.
En poco más de dos horas, con gran destreza y un perfecto manejo del ritmo, los <i>tempos</i> y las atmósferas, Zahler desliza una historia que puede leerse como una tragedia, un viaje al infierno sin posibilidad de retorno, con mucho de lo mejor de la tradición del cine negro.
Su protagonista, Bradley Thomas (un extraordinario Vince Vaughn), es un hombre rudo, parco, que viene de vuelta de una vida que adivinamos no fue fácil. Pero en ese estilo directo del realizador (también guionista), en las dos primeras secuencias nos enteramos de que Thomas no está destinado a tener un trabajo tranquilo y un matrimonio sencillo.
Parco, siempre alerta, los golpes de la vida lo han vuelto imperturbable y frío. Excepto en lo que se refiere a su mujer, Lauren (Jennifer Carpenter), con quien conforman una familia que ha sufrido lo suyo y que es gravitante para las decisiones de Bradley.
Una cierta estabilidad -y bonanza económica- se instala en sus vidas, luego que Bradley vuelve a trabajar con un traficante amigo. Hasta que unos socios mexicanos desbaratan todo de la peor manera, episodio que termina con Thomas en la cárcel. Como los héroes del cine negro, él es un sujeto que se guía rigurosamente por sus códigos éticos, pero también tiene una claridad meridiana acerca de lo que le importa en la vida. Sus decisiones están determinadas por ello y los costos que implican -para él y los demás- no lo hacen dudar ni detenerse.
Zahler (Miami, 1973) es directo, explícito y va instalando en la historia una violencia cruda que crece en brutalidad, en una espiral imparable, a medida que avanza el metraje.
En este sentido, sorprende al espectador: porque la primera parada carcelaria del protagonista es todo menos ruda. Es una prisión del Primer Mundo.
Pero cumpliendo ese sino trágico que parece ser su marca de nacimiento, y aunque mantiene absoluto control sobre las peores circunstancias, la visita de un siniestro personaje (Udo Kier) determina un giro en sus planes.
La sangre y la brutalidad empiezan a correr y el tono se vuelve agudo cuando es trasladado a una prisión de máxima seguridad, a cargo de un sádico alcaide (un irreconocible y efectivo Don Johnson).
Si Zahler no tiene remilgos para desplegar una violencia estilo videojuego, más audaz aún es en su desenlace. Frente a ese pasillo estrecho en que va metiendo a su protagonista -en un guion hilado con exactitud-, el espectador se pregunta escena a escena qué sigue.
En parte asustado, en parte conmovido. La ferocidad es el sello del filme.
(En tienda Fílmico, Paseo Las Palmas).