Alexis Sánchez no debe irse de Arsenal hasta agosto próximo cuando quede con el pase en su poder. Si prima la lógica profesional y no los deseos o el hastío del jugador, él y su representante no tienen mucho más que pensar y alejarse definitivamente de las especulaciones que incluyen al chileno en la lista de los jugadores más apetecidos de la intertemporada europea.
No hay que perder el foco: es muy difícil que Sánchez se siga desvalorizando donde está en la medida que conserve su nivel futbolístico promedio. Aun cuando el segundo semestre de 2017 la evaluación fue regular, la extraordinaria categoría del delantero nacional hace que aquel balance global del año pasado, agregado el opaco rol que tuvo en los últimos partidos de las eliminatorias mundialistas, sea solamente su piso de rendimiento.
Desde ese punto inicial, la profunda irregularidad del Arsenal (el empate de ayer con el Chelsea es un vivo ejemplo) es una realidad que lo afecta más en lo anímico que en lo futbolístico. Es indiscutible que los disonantes resultados del equipo y la ausencia de un sentido de superioridad sobre rivales de menor cuantía han terminado por contagiar el juego del chileno. Sin embargo, esos bajones no reflejan una secuencia que ponga en peligro el estándar mínimo que se le exige. Alexis continúa siendo por lejos la figura más relevante de Arsenal, tal vez el único que cabalmente se salva de varias campañas mediocres y frustrantes.
Aquella jerarquía individual es el factor que proyecta que la negociación de su siguiente contrato, una vez que termine su vínculo con Arsenal, no sea solo la más conveniente económicamente hablando (por la condición de jugador libre), sino que también la que más le satisfaga en términos de sus expectativas personales. Hoy, si su urgencia de gloria lo condujera a elegir el Manchester City o el PSG, dos clubes que van a ganar sus respectivas ligas salvo que se produzca un cataclismo futbolístico, Sánchez podrá cumplir su anhelo, pero no tendrá el mérito protagónico al que ya se acostumbró, porque tampoco nadie le asegura que tendrá una titularidad sin contrapeso en equipos que ya están estructurados.
La paciencia es una virtud que se aquilata con los años. Sánchez ya no es un veinteañero que tiene que perseguir el éxito a toda costa para salir de la marginación social. Aun cuando es un ganador por esencia, no puede cegarse a la realidad de que está cerca de comenzar la declinación de su carrera y que hay otras aristas de su profesión que debe resguardar. Si su obsesión por la reputación futbolística mundial no logra ser calibrada por él mismo y sus consejeros, lo más probable es que lo tengamos en unas semanas vistiendo la camiseta de otro club, con la presión de validarse en la mitad de una temporada, con competencias de altísimo nivel, donde quienes ya están tienen ventajas comparativas y en las que será evaluado con la estrictez del millonario refuerzo recién llegado. Si ese es el destino que anhela, un poco para escapar de Arsenal y otro poco para ganar el prestigio que cree aún le falta, adelante. Son muy pocos los que lo pueden detener dentro y fuera de la cancha.