Una de las mutaciones que vienen experimentando las presentaciones y ponencias es que ahora el presentador o ponente suele hablar de pie frente al auditorio, apoyado solo en un atril transparente, de modo que la totalidad de su cuerpo queda expuesta a las miradas.
Es una modificación no menor, porque la atención de quien escucha se desliza parcial pero necesariamente desde el discurso al cuerpo discurseando. De modo que, de entrada, me fijé, antes que en sus palabras, en el pantalón y la blusa negra ligeros que armonizaban con una elegante chaquetilla estilo Chanel, color turquesa; en que apoyaba su cuerpo de preferencia en la pierna derecha y giraba la cabeza cadenciosamente hacia un lado y otro del gran auditorio, fijando su mirada alternativamente acá y allá, como debe ser.
La Presidenta leyó su discurso de manera relajada, por entero distendida; se permitió incluso algunas bromas simpáticas que parecieron surgir espontáneamente sobre la marcha, sin asomo alguno de la más mínima agresividad.
Era una muy calurosa tarde talquina y me alegró, porque lo considero un muy buen indicio, que se hubiera dado tiempo para participar en este acto, en una universidad de provincia, con ocasión de la presentación de dos libros (celebró la bella edición de los mismos, cosa, indicó, que importa a quienes, como confesó le ocurría a ella, los aman particularmente), sobre todo considerando que esos libros versaban sobre patrimonio, identidad y cultura chilenas.
Sin poder despegar del todo mi atención de su figura -se veía muy esbelta y su lenguaje corporal era consistentemente coordinado con su lenguaje verbal-, escuché cómo sus palabras subrayaban razonablemente la importancia de concebir el patrimonio de un modo amplio, de manera tal que no solo abarcara bienes materiales, pasados y petrificados, sino también dimensiones intangibles, dinámicas y vivas de nuestra cultura. Usó también la palabra "inclusivo", clave en la línea doctrinal de su mandato.
Creí notar por momentos, no obstante el indudable buen ánimo que irradiaba, un dejo de tristeza en su voz, ligado, a mi parecer, a la sensación de que el núcleo de su legado no ha sido suficientemente valorado. No creo que exista tal incomprensión, si por ese legado se entiende, como lo resumió al final de un buen discurso, su esfuerzo por lograr el acceso igualitario a la educación y la cultura y, en general, la importancia otorgada a dimensiones supramateriales en el desarrollo de un país.
Aunque nadie tiene control sobre el juicio de las generaciones futuras respecto de sus actos, es sabido que el cierre de un proceso influye poderosamente en ese juicio y, humildemente, me parece que la Presidenta está terminando bien, en todo sentido.