Decidir qué pavimento usar para transformar a Santiago en una ciudad moderna no fue un asunto fácil de dilucidar. Al contrario de lo que se cree, Vicuña Mackenna no era un gran admirador del urbanismo del Barón de Haussmann y creía reconocer la tiranía de Napoleón III en todos sus proyectos. Aunque inicialmente encontró que los adoquines parisinos eran muy ruidosos, terminó por convencerse de que eran la mejor opción para Santiago, por razones técnicas, estéticas y políticas.
Otro pavimento en boga era el macadam, una suerte de ripio prensado y recebado con arena. Haussmann también lo usaba en sus avenidas porque se decía que con ello eliminaba la posibilidad de usar los adoquines como proyectiles en las revueltas. Era un pavimento ideal para las nuevas velocidades del carruaje, pero cuando se trató de replicar en Chile fue un fracaso. No existían los rodillos a vapor que pudieran compactarlo adecuadamente y, suelto, se volvía lodoso en invierno y polvoriento en verano. Así, para Vicuña Mackenna, el macadam representaba el pavimento del rico, que paseando veloz en su coche, arruinaba la vida al peatón. Decidió que lo dejaría para los nuevos barrios y las calles de circulación rápida, e indicó que no debía aceptarse en las transitadas y democráticas calles del centro. Además, la nueva arquitectura neoclásica requería un marco estético que solo lo proveía el adoquín de piedra.
Sin revolución industrial, Chile resolvía su modernización principalmente con importaciones, pero también con inventiva. Valparaíso pavimentaba sus calles con adoquines que llegaban desde París haciendo de lastre en los buques de carga. Vicuña Mackenna intentó hacerlos llegar hasta Santiago, pero la absurda envergadura de la tarea lo desanimó rápidamente. La única salida era el desarrollo de una industria nacional. Se encontró un buen basalto en la zona de Conchalí y se pudo poner entonces en marcha la transformación de la capital. Así, los adoquines de piedra fueron una de las primeras producciones en serie de insumos para la construcción en Chile. Representan fielmente nuestra modernidad que, labrada artesanalmente, se construyó pieza a pieza, con tanta paciencia como ambición.