Otro año más que termina. Y, en el panorama gastronómico, fueron 12 meses de lo más movidos. Hubo novedades y sorpresas, cierres imprevistos, se consolidaron algunos y otros tuvieron el arrojo de reinventarse. Todo menos estancarse. Pero vamos viendo, en un recuento personal y sin prejuicios:
Entre las aperturas:
Ambrosía Bistró, increíble como siempre, pero en un local demasiado informal para su mantel largo.
La Comedoría (en la foto) en pleno barrio Franklin, una verdadera joyita de creatividad y buena técnica.
Pez Quiero, en BordeRío, una cebichería peruana donde se comen unos camarones de río alucinantes.
Fuegos de Apalta, en Santa Cruz, en la Viña Montes, un lugar que merece conocerse, a cargo de Francis Mallmann.
Silabario, cocina chilena de campo en plena Ñuñoa.
Y siguiendo con los que sorprendieron este año: Carnal, que supo volver a encantar, con sus nuevos cortes de carne estadounidense.
Misión, con la presentación de su liebre a la Royale, pura tradición francesa.
El Europeo, reinventándose y ampliando su público, al mejor estilo del viejo continente.
La Vinoteca, aprovechando su oferta de vinos y licores, en un bar/cafetería simplemente delicioso.
The Glass,, en el hotel Cumbres, cocina chilena de alto nivel, cada día más lograda y con grandes aciertos.
Bidasoa, en el remodelado hotel de Vitacura, sorprende su cocina.
Milá, en el Alto Las Condes, con sus increíbles menús y sus milanesas de película.
Meze, de Manuel Montt, con la mejor cocina tradicional turca. Un hallazgo.
040, en el hotel Tinto, un despliegue de talento y cocina de vanguardia.
Rivoli, siempre reinventándose, un verdadero clásico.
La Mar, con chef chileno y su cada día mejor cocina.
Miraolas, puro goce en mariscos y pescados.
Un tradicional olvidado, pero que merece lleno total:
Les Assassins. Los mejores locos de Chile y sus platos de cocina popular francesa. Simplemente un clásico.
La gran pérdida del año:
Casa Alma, con socios franceses y el talentoso Rolando Ortega a cargo de la cocina, decidió cerrar en septiembre. Mala ubicación en Bellavista, sin estacionamiento y casa muy grande, deja un mar de viudos desconsolados. ¡Feliz año!