La entrada al nuevo complejo del fútbol chileno debería contemplar, para su inauguración, una estatua gigante de Reinaldo Sánchez, al estilo del Coloso de Rodas. Que cada auto, cada bus, cada persona que ingrese a las dependencias del nuevo complejo pase bajo la figura imponente del porteño, impulsor de la más audaz y rentable de las iniciativas impulsadas en la historia. No propongo que esté con Jorge Claro al lado -como Montt y Varas-, sencillamente porque don Jorge obtendrá una generosa y jugosa recompensa por sacar adelante el CDF, que servirá para que nuestras sociedades anónimas sobrevivan por algún tiempo más. Porque todos intuimos cuál será el destino de ese chorro de dólares, ¿o no?
Hay algo que conmueve en Reinaldo Rueda: el entusiasmo. Si es cierto que el colombiano está cerca de tomar a la selección chilena será porque está dispuesto a priorizarla por sobre un gran medio como el brasileño y un gran equipo como el Flamengo. Si lo acepta será porque cree que hay material humano suficiente y los medios para salir adelante. Rueda, un consagrado, no esgrimiría las excusas de otros (incluido el mejor entrenador chileno de la historia) para emprender una tarea que llevará largo rato plasmar. Y eso, para los tiempos que corren, ya es un mérito.
Estaremos mucho rato debatiendo lo de Vallenar y Melipilla, porque es una historia plena de fútbol. Una definición estrecha y un error del árbitro nos obligan a determinar qué es en rigor la justicia deportiva y preguntarnos por qué, si se repite la tanda de penales, no se repite el partido entero. Y si es a puertas cerradas, por qué hacerlo en una cancha neutral. Y seguiremos debatiendo sobre cuál es el castigo que se merece Eduardo Gamboa y si correspondía sacarlo de la repetición de la tanda de penales. Un caso de manual, que jamás tendrá una solución salomónica.
No diré que lo dije antes, aunque sí lo dije. Me parece que el mejor entrenador chileno del año fue Víctor Riveros. Lo que hizo en La Calera fue un milagro, porque el equipo estaba muerto y lo revivió. No solo para salvarlo, que era su tarea básica, sino para ganar el torneo de la Primera B, la definición con San Marcos y la electrizante final con Wanderers, donde en los 180 minutos fue más protagonista. Y porque, seamos honestos, logró convertir lo que parecía un engorroso y extraño procedimiento para bloquear el descenso en Primera en una gesta sin par, emocionante y épica.
En septiembre de este año, Nicolás Ibáñez, el propietario de Wanderers, dijo en una entrevista que manejaba al club dentro "del ámbito educacional y formativo de los jóvenes, no concebido como desde el punto de vista de una sociedad anónima deportiva, sino como una fundación". Ahora que el desastre está consumado, es cuando más se necesita que refrende la idea. Hace apenas unos meses, el empresario se había referido a la Fundación Futuro Valparaíso (la controladora del club) para exigir la devolución de mil millones de pesos que se habían invertido en el equipo. Ahora, en el momento amargo de los caturros, esperamos el gesto -educativo, por cierto- de enfatizar la necesaria batalla para el retorno. Con más energía que nunca y con el corazón pintado de verde. Es lo que corresponde, ¿no?