Casi el 55% de los electores chilenos recibieron como regalo adelantado de Navidad el triunfo de Sebastián Piñera en las elecciones presidenciales. La mayoría de ellos están convencidos de que vendrán tiempos mejores al menos para los próximos cuatro años, y eso les permite encarar estas fiestas con un ánimo cercano al jolgorio. La champaña se sentirá más fría, los canapés más sabrosos y el pavo más jugoso.
Pero hay una pequeña porción de ese grupo de chilenos que, pese a celebrar la rotunda victoria de Piñera, no está pasándolo tan bien en este fin de año. A ellos, la ansiedad los agobia, el estómago se les contrae y les impide deglutir con naturalidad las delicias del banquete navideño.
Me refiero a los compatriotas que se consideran "ministeriables".
Es que debe ser muy duro saberse preparados para asumir un cargo
top en el gobierno, sentirse merecedores del reconocimiento, tener la disponibilidad para ello y, sin embargo, tener que estar en ascuas. Porque los "ministeriables" saben que para terminar jurando como secretario de Estado debe conjugarse una serie de factores que la mayoría de las veces uno no tiene manera de controlar.
Para convertirse en ministro, uno debe salir victorioso de algo parecido a "Los Juegos del Hambre": en la carrera hacia un ministerio solo una persona llegará a la meta y varios otros, cuatro, cinco o seis espléndidos prospectos, quedarán en el camino.
Es un verdadero algoritmo el que debe resolver el Presidente Piñera para armar su gabinete. Debe ser capaz de combinar experiencia con juventud; oficio con novedad; mujeres con hombres; especialistas con generalistas; humanistas con científicos; militantes con independientes, y hasta morenos con rubios, para no defraudar a la comunidad Twitter.
Lo que ocurre es que el gabinete, sobre todo el primero, es más que cualquier otra cosa una fotografía, un elenco de mujeres, hombres, jóvenes, viejos, políticos, ciudadanos, intelectuales, ingenieros reclutados por el Mandatario para que le ayuden a llevar adelante su proyecto para el país, pero también para demostrarle a la ciudadanía que hablaba en serio cuando aseguraba un gobierno para todos. Él mismo se autoimpuso la exigencia de la diversidad en su equipo.
Así las cosas, los "ministeriables" han estado todos estos días revisando el algoritmo presidencial para tratar de dilucidar si cumplen con algunas de las características que prescribe esta fórmula cuasimatemática.
¿Soy suficientemente joven? ¿O suficientemente experimentado? ¿Habrá ya en la lista de postulantes la cantidad requerida de expertos en mi disciplina? ¿Se coparon los cupos para independientes? ¿Me considerará con el nivel de masculinidad suficiente para el cargo?
He sabido de "ministeriables" que han tomado medidas drásticas para hacerse elegibles. Me han llegado referencias de liposucciones
express, de personas que están terminando apurados las tesis de posgrado, de independientes que se han vuelto militantes y militantes que se han vuelto independientes. Incluso, alguien habría esbozado su disponibilidad para evaluar un cambio de sexo.
Pero la situación más dramática es la de aquellos que ya fueron ministros. Ellos, con justa razón, quieren volver. Saben que lo harán mejor que la primera vez y también sienten que fueron artífices de la victoria y que, por lo tanto, es de toda justicia que los nombren.
Pero le temen a la doctrina del "no repetirse el plato". ¿Cómo hacerle ver al Presidente que aunque uno se llame igual, tenga el mismo RUT, la misma huella digital y la cara idéntica, en el fondo es otro? ¿Será capaz de ver el próximo Jefe de Estado que uno puede cambiar de verdad, transformarse, experimentar la metamorfosis?
¿Nos creerá el futuro gobernante que nosotros los de entonces ya no somos los mismos? ¿Porfa?