En 1130, el día de Navidad, Roger II, nieto del guerrero normando Tancrède de Hauteville, es coronado rey de Sicilia en la catedral de Palermo. Había gobernado desde 1112 como conde, y después duque, y lo había hecho con una sabiduría que no tenía parangón. Había llevado a Sicilia a una edad de oro. No había región en Europa más culta, más trabajadora, más pacífica. Por eso su coronación fue una merecida apoteosis.
¿Qué es lo que hizo de tan extraordinario? Reunir en Palermo a grandes científicos y poetas. Construir algunas de las iglesias más lindas del mundo. Sobre todo mantener paz y armonía entre etnias y religiones que normalmente se masacraban. Sicilia era una isla muy diversa. Había árabes musulmanes, griegos ortodoxos y católicos romanos, en una época en que los católicos y ortodoxos no se hablaban -el cisma había ocurrido recién en 1054-, y en que los musulmanes eran demonios: en 1095, se convoca nada menos que la Primera Cruzada. Pero Roger II, un ejemplo para cualquier líder actual, lograba que sus súbditos convivieran felices. Cada etnia tenía su rol en función de sus ventajas comparativas. Por ser los mejores navegantes, los griegos manejaban la armada. Por ser los mejores matemáticos, los árabes se ocupaban de las finanzas públicas. También de las ciencias. Roger le encomendó a Al-Idrisi, el científico más brillante, la confección de un mapamundi, y de un libro que reuniera toda la información que existiera sobre el mundo. En sus primeras páginas leemos que "el mundo es redondo como una esfera"; y en el previsivo mapa, el norte está abajo y el sur arriba.
No hay lugares en que se expresa mejor la sabiduría de este monarca que en sus iglesias. Por ejemplo, la catedral de Cefalù, o la de Martorana en Palermo. En esta última, hay un mosaico en que Roger se deja -con toda razón- ser coronado nada menos que por Jesucristo. Pero el mejor ejemplo de su espíritu magnánimo es la Capilla Palatina, que él ordena instalar en 1132 en lo que hoy se llama el Palacio Normando de Palermo, un edificio levantado por los árabes sobre ruinas púnico-romanas que Roger actualiza con toques normandos.
En su diseño y decoración, la Capilla Palatina es griega, es romana, y -qué sorpresa- es también islámica: tradiciones que se fusionan en un conjunto armónico de gran belleza. Y la construyen y decoran artesanos de las tres religiones. ¡Qué emocionante imaginarlos trabajando todos juntos allí! La capilla tiene en su estructura aspectos romanos y griegos. En su interior proliferan mosaicos bizantinos. Los domina desde el ábside central esa imagen tan propia del cristianismo oriental que es la del Pantocrátor, pero el mosaico que más me conmueve es el de Adán y Eva. Es para estos tiempos igualitarios, pienso, porque Adán come de la fruta prohibida con más ansiedad que Eva. Como si no le bastara la que se está metiendo en la boca, saca otra del árbol. ¿Y lo islámico? Está en el sorprendente cielo, compuesto de muqarnas de madera tallada, como las de la Alhambra en Granada.
¿Por qué me acuerdo de esta capilla y del rey que la construyó? Porque al acercarse la Navidad me conmueve que en alguna parte del mundo, en algún momento, fue posible que se lograra ese grado de armonía entre gente supuestamente incompatible. Porque en Chile, después de una elección reñida, necesitamos ese espíritu. Lo teníamos en la época de la democracia de los acuerdos, hasta que unos predicadores jacobinos difundieron la peregrina idea de que los acuerdos son inmorales. Peregrina porque aceptar la diferencia del otro, ponerse en su lugar, aprender de él y encontrar con él instancias de acuerdo, son prácticas que están en la esencia no solo de la democracia, sino que de nuestra humanidad.