La novela, de las cientos que he leído, que más me gusta se llama así: Idiota. Otros traducen del ruso El idiota o El príncipe idiota. Lev Nicolaievich Mishkin, en efecto, padece de una forma de idiotez que le otorga un rango moral insuperable y a su vez lo hunde en medio de la sociedad mundana en que se desplaza. Dostoievski señala en su diario que, de toda su obra, este es el héroe que mayor esfuerzo intelectual le demandó. La palabra "idiota", que la mayoría de los burgueses que conocían a Mishkin le endilgaban a sus espaldas, es de los peores atributos que se le pueden propinar a un sujeto. Significa hoy y a fines del XIX -ha permanecido inalterada desde entonces- tonto, inepto, radicalmente estúpido, sin ninguna inteligencia en el comportamiento social. La idiotez posee esa dimensión colectiva, se da en el plano de la convivencia, de las relaciones humanas, no del intelecto puro. Así, se puede ser un hombre de una inteligencia y sensibilidad superiores -como Mishkin o como Carlos Swann, otro idiota notable-, pero ser un redomado idiota.
La palabra proviene del griego "idiotes" que, en sus inicios, designaba a las personas que en la polis atendían sus propios asuntos y no ejercían cargos públicos ni participaban en la asamblea: los particulares. Hoy, en rigor etimológico, salvo los políticos directamente involucrados en la gestión pública, todo el resto seríamos "idiotes", sufraguemos o no sufraguemos. Con el tiempo va tomando un sentido peyorativo. Más tarde, en la época latina, la palabra pasa a significar un rasgo de profunda ignorancia. El idiota es el iletrado, el lego en una materia. Por ejemplo, Juan José Saer, que también en sus novelas trabaja personajes atrampados en sutiles incongruencias entre lo público y lo privado, en "El río sin orillas", recuperando irónicamente esta acepción, escribe una historia de Argentina -lo dice así- "para idiotas", es decir, para lectores que desconocen completamente las peripecias de su país.
El significado contemporáneo del término, el que le otorgaba el mundo de Dostoievski, convierte al iletrado e ignorante en simplemente una especie singular y poderosa de imbecilidad.
El idiota es un "alma bella", un cándido, muy perspicaz intelectualmente, pero inocente, incapaz de percibir el mal en el otro, el doblez, la mala intención oculta, generoso y compasivo, intocado por la corrupción e inhábil, por lo mismo, para moverse. Dostoievski escribe con este libro conmovedor e incomprendido -Nabokov, nada menos, lo critica duramente- la última gran tragedia de la literatura, la que pone en escena la necesaria inmoralidad de nuestra vida pública y cómo ya esta es solo campo en que florecen astutos y calculadores, y no idiotas desprevenidos.