El reciente estreno de "Detroit: zona de conflicto" ha pasado casi desapercibido, pese a tratarse del último trabajo de la exitosa dupla que ha formado la directora Kathryn Bigelow y el guionista Mark Boal, tándem responsable de dos películas duras y fascinantes: "The Hurt Locker" (2008) y "Zero Dark Thirty"(2012). ¿Por qué?
"Detroit" es una puesta en escena -y, por lo tanto, una interpretación- de lo que sucedió al interior del Algiers Motel en Detroit, a fines de julio de 1967, en medio de uno de los peores disturbios en la historia de Estados Unidos; cinco días en que dos mil construcciones fueron destruidas, 1.189 personas fueron heridas y 43 personas resultaron muertas.
El Algiers no estaba en el centro de los disturbios, pero desde allí se escucharon disparos, fue allanado y trece jóvenes fueron encerrados por tres policías de Detroit y otros dos uniformados (un guardia privado y un miembro de la guardia nacional). Resultado: tres jóvenes muertos y los otros nueve torturados y heridos.
"Detroit" pone en escena, utilizando incluso material de archivo, distintas secuencias de los disturbios, en una sucesión que no revela una estructura muy evidente, para luego centrarse en lo que pasó en el Algiers y sus personajes. Bigelow opta por filmar el pasado como si estuviéramos en el presente, siguiendo quizás a Michael Mann en "Enemigo público" (2009), y ciertamente con la mente puesta en "La batalla de Algeria" (1966), de Gillo Pontecorvo, filmada con cámara en mano, simulando la urgencia de un registro periodístico. A esta altura del partido, aunque más el segundo que el primero, ambos recursos son parte indiscutible de la retórica cinematográfica más industrial, que gente como Paul Greengrass, sin ir más lejos, los ha convertido en una marca de estilo. Bigelow, en sus últimas tres películas, también. Aquí, sin embargo, el recurso de la cámara en mano, siempre moviéndose, con tomas fragmentadas y mucho primer plano, medio borroso, no siempre comprensible, comienza a mostrar sus limitaciones. Bigelow tiene suficiente talento para armar situaciones espaciales a punta de fragmentos, pero el conjunto no solo cansa sino que comienza a irritar. No hay énfasis, porque todo es enfático. No hay misterio, porque todo está lleno de primeros planos. No hay respiro, porque todo está siempre moviéndose, siempre urgente, siempre al borde de la crisis. Está bien. Se trasmite la tensión y el abigarramiento de ese verano ardiente de 1967. Y quizás con eso basta. Pero los personajes no tienen espacio para ser otra cosa que piezas en un entramado. Los principales -Lary Reed (Algee Smith), el vocalista de Dramatics; el oficial Krauss (Will Poulter), líder del grupo policial; y Mevil Dismukes (John Boyega), el guardia privado y único afroamericano que la policía respeta mínimamente- tienen algo más de autonomía, pero poca. Quizá no hay una forma adecuada de contar una tragedia tan brutal y tan cercana en el tiempo. Larry cae en el ojo del huracán ensimismado por su necesidad de reconocimiento; Dismukes termina congelado por la extrema conciencia de la fragilidad de su situación; Krauss es la encarnación del mal y la ignorancia (lo que nos vuelve a recordar que siempre es una debilidad tener a un villano tan simple). Llegado cierto momento, ciertas circunstancias -parece decir la cinta- nadie tiene espacio para salvarse.
Bigelow, en su mejores momentos, había hecho retratos brillantes de la cofradía masculina. En "Punto de quiebre" (1991), pero también en sus últimas cintas, mira a los hombres como seres que toman su trabajo como un juego y sus juegos, como una pasión superior. En el fondo, eran retratos de cierta vena irracional y autodestructiva muy masculina. Aquí no queda prácticamente nada de eso. Quizás fue un mal paso. Después de todo, por mucho que nos guste, Bigelow es una cineasta irregular, quizás muy dependiente del material que le entrega el guión.
Detroit
Dirigida por Kathryn Bigelow.
Con John Boyega, Anthony Mackie y Algee Smith.
Estados Unidos, 2017, 143 minutos.