Como sabemos, la civilización romana tiene en Grecia su modelo y en Etruria, su antepasado. Pero si aquella desarrolló ampliamente a la segunda, a la primera supo interpretar con características muy propias. Ambas cualidades podemos apreciarlas en el Centro Cultural La Moneda. Un buen conjunto proveniente de los Museos Vaticanos nos visita. De partida, sin embargo, la copia de las pinturas de la más bella tumba etrusca de la necrópolis de Tarquinia -del Triclinio, siglo V a. de C. y en estilo arcaico tardío- no resulta por entero fiel -como lo vimos
in situ- al colorido original y el dibujo se ha restaurado en demasía. En todo caso, aproxima al público a uno de los testigos más cercanos de lo que fue el del todo perdido muralismo griego. Etrusca auténtica son, al contrario, siete vasijas de cerámica pintada, entre las que destaca una gran ánfora, cuyas dos filas de dinámicas escenas dionisíacas corresponden a las de figuras rojas -el color del material- sobre fondo negro, acompañadas acá por detalles blancos.
En cuanto al retrato de Roma imperial -la cumbre de mayor originalidad de este período-, por su individualismo y penetración psicológica cabe admirar seis bustos en el insustituible mármol blanco. Asombra, sin duda, el de Julio César -siglo I d. de C.-. Su cabeza enjuta, de rasgos angulosos irradia precisión carnal, más aún inteligencia y vigor anímico. Del mismo siglo, agreguemos la distinción aristocrática de la Emperatriz Livia y su bonito atuendo; como contraste, Caracalla -siglo III d. de C.- remece con la potencia autoritaria de su fisonomía adusta. Ya dentro del ámbito mitológico y dejando de lado las copias en yeso, por acertadas que parezcan algunas -Apolo Belvedere-, destaquemos la elegancia exquisita del movimiento, de la postura con que se manifiesta la desnudez lejana a erotismos de la averiada Venus en cuclillas -siglo II d. de C.-. De la misma centuria encontramos la delicadeza de factura del malicioso Pan y ninfa, del curioso Pilar tricorpóreo. En menor tamaño sobresalen las estatuillas Plutón con su perro guardián de tres cabezas, Júpiter y sobre todo el hermoso grupo Hércules y el león de Nemeo. Por su parte, al siglo siguiente pertenece el dinamismo del amplio Grupo de Mitra matando al toro. Completa el sector dedicado a los dioses un conjunto de valiosas miniaturas en bronce. Volviendo a calcos o copias concurrentes, los cinco en cemento con porciones de la monumental Columna trajana permiten observar de cerca detalles que ordinariamente se pierden, debido a la altura del monumento espléndido de Piazza Colonna.
El sector dedicado al arte funerario constituye el más rico de la presente exposición vaticana. Desde luego, cuenta con la obra más bella: el grande, el estupendo Sarcófago con el mito de Adonis y Tapa (año 220 d. de C.). Trabajo complejo, admirable, materializa lo más perfecto del relieve escultórico de Roma. Impone, pues, la armonía de sus proporciones, la delicadeza del modelado, el dinamismo refinado y la expresividad corpórea de sus múltiples personajes. En un friso volumétrico más angosto, con cabezas humanas en los dos extremos -El mito de Edipo-, halla esta obra deslumbrante su más adecuada coronación; además, culmina ambos costados el respectivo relieve de un cazador acompañado por su perro. Ello demuestra, con frecuencia, el amor de Roma por los animales y la vegetación natural, algo desusado en el arte griego pleno.
Otro sarcófago de particular calidad de talla resulta el que se limita nada más que a la sola leyenda del Mito de Adonis, cuyo culto por la desnudez heroica, heredada de Grecia, hace que las mujeres o diosas aparezcan vestidas por entero. Asimismo, agreguemos ciertos frontis y tapas atrayentes: Carrera de cuadriga en el circo, la linda efigie del Carpintero y su ornamentación de eses abiertas, Familia Servini, Caballero Verus, la Cubierta de urna de Claudia Semne con la dama tendida, que anuncia al lejano neoclasicismo del siglo XIX. Entretanto, hay también ejemplares de altares paganos, como el Ara Casali y el cinerario de L. V. Urbanus, con muy rica decoración: guirnaldas florales, esfinges y cabezas cabrías que parecen anticiparse al manierismo de inicios del siglo XVI.
Y en lo que a pintura y gráfica se trata, la exhibición nos entrega, más allá de reproducciones para ilustrar al visitante, un fresco auténtico con El mito de Orfeo y Eurídice, capaz de transmitirnos bien la atmósfera de su época. Ejecutada durante el siglo III, al naciente cristianismo -arte paleocristiano- se deben dos simples lápidas sepulcrales muy interesantes. Ambas portan texto alusivo y dibujos de técnica bastante primitiva, pero de un particular encanto popular. Una del siglo IV d. de C. deja ver la paloma con la ramita de olivo -historia de Noé, del Antiguo Testamento-; mientras la otra, más antigua -siglo III d. de C.-, porta una Natividad con la Adoración de los Reyes Magos y el retrato de la fallecida en un costado.
El mito de Roma
Abundante e ilustrativo conjunto de arte romano, procedente del Vaticano
Lugar: Centro Cultural La Moneda
Fecha: hasta el 11 de marzo de 2018.