Lionel Davidson (1922-2009) tuvo una destacada trayectoria como periodista investigativo y, sobre todo, autor de novelas negras de gran éxito, en las décadas de los 60 y los 70. Su carrera culminó con
Bajo los montes de Kolima, galardonada en 2001 con el Cartier Diamond Dagger, la máxima distinción otorgada a textos de misterio, y ha sido recién traducida al español. Más vale tarde que nunca, porque este libro es considerado uno de los más grandes
thrillers de todos los tiempos. La extensa narración tiene una estructura clásica y adopta la antigua forma de la búsqueda: el protagonista viaja a un lugar remoto, consigue algo y regresa. Este patrón básico ha mostrado y sigue mostrando ser imbatible: lo vemos en
Las minas del rey Salomón y en La isla del tesoro, y quizá el ejemplo moderno más famoso sea
El señor de los anillos, cuando Frodo, en el momento culminante de su peligrosa peregrinación, consigue destruir el Anillo Único. En cuanto a la técnica del relato, Davidson sigue las normas que toda historia de aventuras que se respete debe mostrar: la búsqueda debe ser ardua, fácil de entender y el desenlace debe dejar muchas cosas pendientes.
El personaje central, Johnny Porter, tiene que realizar un peligroso periplo desde Canadá hasta un instituto científico de Siberia, oculto en un lugar remoto, protegido por un fuerte sistema de seguridad y averiguar ahí la razón por la que un antiguo amigo suyo le ha pedido con tanta urgencia que acuda a un sitio tan desolado. Tras cumplir con su misión, naturalmente deberá retornar. De modo que
Bajo los montes de Kolima se divide, inevitablemente, en tres partes: la llamada y la jornada de ida, lo que sucede allí y la travesía de vuelta. Si se cuenta bien, una trama de estas características posee un atractivo irresistible.
Sin embargo, no basta con lo anterior para conseguir en plenitud una ficción de suspenso bien lograda. La calidad depende de diversos factores y quizá el principal de ellos es el héroe o la heroína. El doctor Johnny Porter es un indio de la etnia gitksan, originaria de la región del río Skeena, en la Columbia Británica. Dotado de un talento prodigioso para los idiomas, a los 13 años hablaba no solo la lengua de su tribu, inglés y francés, sino que también domina el coreano, el japonés, el ruso y varios dialectos de los pueblos nativos de Siberia. Además, es licenciado en Biología y Antropología, le conceden una beca para estudiar en Oxford y ha publicado obras que han merecido medallas de oro. Por si fuera poco, sabe luchar, es un ingeniero hábil y con experiencia y resulta sumamente atractivo para las mujeres. Aparte de ser notable, único y extraordinario, Johnny es muy convincente, por más que un lector escéptico pueda alzar las cejas ante esta increíble cantidad de atributos.
Los demás actores de
Bajo los montes de Kolima también son vívidos y quedan grabados en la memoria: Rogachev, el anciano director del misterioso laboratorio oculto en las profundidades de la taiga, con su oscuro secreto; Lazenby, el académico inglés de peculiar semblante; la coqueta y provocativa Lidia Yakovlevna, que quiere convivir con Johnny y "hacer de todo" con él; la dulce y ciega Ludmila, que quizá sea el carácter más extraordinario de toda la intriga; Komarova, la fría y reservada científica, que sabe más de lo que parece; el brutal contramaestre japonés del carguero "Suzaku Maru" y muchos otros, todos bien dibujados y llenos de vida.
Tal vez los pasajes más destacables de
Bajo los montes de Kolima sean los que describen cómo llega Johnny a la región más inhóspita del mundo y su partida. La odisea para arribar a destino es espantosa: no solo tiene que soportar el dolor de una violenta pelea con el abominable contramaestre, sino también un sufrimiento peor, tan repugnante como ingenioso. El regreso, cuando Johnny intenta hasta desesperarse llegar al estrecho de Bering, con temperaturas de 50 grados bajo cero, mientras sus enemigos se acercan cada vez más, podría ser una de las mejores persecuciones que se han escrito últimamente.
Los detalles son el rasgo que produce mayor impresión. Por ejemplo, es evidente que Davidson inventó los "bobik", que son todoterrenos feos, cuadrados, inmensamente duros y capaces de soportarlo todo, con neumáticos medio inflados y excelente calefacción, o sea, justo lo necesario para trasladarse por esos parajes y justo cuando Johnny necesita uno. Y debido a la acumulación de conocimientos sobre disciplinas poco conocidas, terminamos creyendo hasta la última palabra de lo que a Davidson se le ocurre describir. Para un escritor, el peligro de los detalles radica en cargar demasiado las tintas en ellos; en efecto, está tan enamorado de la investigación que ha llevado a cabo, que desea que el lector también se enamore. En
Bajo los montes de Kolima tales riesgos se sortean sin problemas, pues esos pormenores no son solo un elemento decorativo. ¿Cómo finge Johnny que es un marinero coreano y se incorpora a la tripulación de un barco nipón? ¿Cómo, tras haber alcanzado Siberia con un disfraz, cambia su apariencia física y sus modales de forma tan creíble? ¿Cómo penetra al fin en la fortaleza situada cerca de las negras aguas del lago Tchorni Vodi? Cada paso es necesario, cada incidente hace que el argumento avance. El producto final bien puede ser fruto de la investigación como de la imaginación, pero, como sea, muestra la diligencia narrativa de Davidson. Así, este título merece el crédito que ha obtenido.