Al enfrentar esta primera novela de Cristóbal Riego, nacido en 1993, más vale considerarla como si no fuera un ejercicio de autoficción. Desde el momento en que las vivencias pasan por el tamiz del lenguaje, son únicamente ficción, construcción literaria que hay que separar cuidadosamente del autor. El narrador, pues, es un joven, hijo de padres separados, que pasa de la niñez tardía a la adolescencia y luego, de repente, fuma y está en la universidad. Ese recorrido temporal no está bien explicitado y también cuesta fijar la época en que transcurre la novela, pero se trata de esta década, el terremoto que se menciona es el de 2010, de manera que ese Santiago tranquilo, con almacenes y cafés de barrio, es el actual. Ese marco -que rehúye el bullicio y la velocidad de la vida en una gran capital- es el adecuado para una historia íntima que, más allá del título y del texto de contraportada ("la gran protagonista de esta novela es esa madre de dos hijos"), tiene en realidad otro personaje que concentra la trama, el narrador, el hijo mayor, y su relación con esa madre que, pasados los 40, busca cómo rellenar los huecos que dejan la separación y enfrentar como pueda el paso implacable de los años.
Algunas decisiones de estilo -como no marcar tipográficamente las distintas voces narrativas- y la imprecisión cronológica son marcas personales que pueden leerse como la falta de experiencia en el trabajo de la escritura o bien como rasgos propios de un estilo que busca cómo armarse y llegar a expresar mejor lo que quiere decir. En esta historia hay desgarro y frustración. Es más bien oscura. Incluso el momento en que el protagonista podría ceder a la franca risa juvenil, cuando su hermano menor y su amigo Charly juegan al ring raja en toda una cuadra, la seriedad se lo impide.
Ese Charly, por otra parte, es un gran personaje, el católico popular y reprimido, el habitante de los suburbios que estudia en la cota mil, el joven enamorado que puede pasar de la cercanía al acoso sin notarlo. Pero lo que más resalta es la exploración de la relación hijo-madre, que pasa por la caracterización cruel de sus pololos -el argentino sobrador y chanta, el gordo enorme que solo cuenta con el poder de su voz, el humanista pusilánime- y llega al incontenible anhelo de solucionar, él, los problemas de su mamá, y encontrarle el novio perfecto, aunque sea a través de un camino sumamente retorcido que abre paso a un final inesperado, que expone la fragilidad y la fuerza de los personajes.