No tengo forma de probarlo, pero me parece percibir una saturación bastante extendida frente al clima de confrontación, descalificación mutua, discordia civil, exacerbación de las diferencias, odiosidad, amenazas recíprocas de efectos caóticos de los resultados, polarización innecesaria. Esa atmósfera enrarecida proviene, en mi modesta opinión, de un segmento de la sociedad al que le atrae la política en su momento agonal, de enfrentamiento, que vibra, por lo mismo, apasionadamente con las elecciones presidenciales, no habla sino de ellas, se angustia y agita, ve venir, de uno u otro lado, peligros enormes, cataclismos sociales, deslizamientos irreversibles. Me parece que es una minoría un tanto bullanguera, majadera y tediosa, cuyo ánimo polémico se ve amplificado por los medios tradicionales y las nuevas vías de comunicación. Una de las falacias en que cae frecuentemente esta "élite chuchoquera" es la conjetura del "elector racional", que vota por un programa o por las ideas que representa el candidato, un sujeto político informado, monolítico, ultraconsciente, alineado, siendo que el elector se mueve más por criterios emotivos, mixtos, confusos, irreductibles a la persuasión, en los que la empatía y la confianza juegan un papel esencial.
La mayoría de la sociedad, no un grupito de burgueses satisfechos, sino lo que, en un sentido amplio, puede ser llamado "el pueblo", sigue en lo suyo: su trabajo, su familia; los amigos, goza de lo hermosa que vino esta primavera, más verde y florida que otras por la abundancia tardía de las lluvias, piensa en final del año y ensueña con las vacaciones que se asoman. Quiere más comedia y menos épica.
Sería una deformación de la realidad -y una estupidez- pretender reducir a los chilenos a la dicotomía "piñeristas vs. guillieristas" o, en otra versión, "partidarios del modelo versus contrarios al modelo". Uno de los atributos más valiosos que en los ultimo treinta años hemos ganado como sociedad consiste precisamente en lo contrario: la capacidad de generar afinidades, amistades e identidades comunes en torno a variables e intereses que dejan en un segundo plano lo ideológico o político en sentido más restringido. Así, los gustos musicales, las admiraciones literarias comunes, las devociones deportivas (futboleras sobre todo), el cine que amamos y nos emociona, las inefables simpatías interpersonales o un sentido del humor compartido es más relevante a la hora de elegir con quién nos sentimos a gusto para compartir nuestro tiempo o incluir en un proyecto común. Y eso no implica falta de interés en lo público, "idiota" irresponsabilidad frente al grandilocuente "destino nacional" o individualismo egoísta.
Al revés, puede ser el síntoma de que el tejido social se encuentra sano, que se ha restablecido después de tantos desgarros, que hay mayor cohesión social de lo que se piensa.