No es la ocasión para ponerse escrupulosos. Son contadísimos los que rechazarían una oferta laboral como la que hicieron los árabes saudíes. Lo que pasa es que en este caso se juntó el hambre con las ganas de comer, y como la envidia nos ahoga y a Juan Antonio Pizzi le tenemos una bronca de padre y señor nuestro, la indignación alcanza grados de ceguera.
La irritación del hincha tiene asomos de realidad, porque son muy pocos los entrenadores mediocres tan afortunados como Pizzi que llegan de rebote a un Mundial. Pero los méritos para mantener vigente su currículum son indesmentibles, porque entre sus colegas son contados los que sin mover un dedo agarran una pega soñada. Es, a ciencia cierta, excepcional que busquen a un entrenador sin don de mando ni capacidad de improvisación para que lidere un proceso de alta competencia. Sin embargo, esas falencias no cuentan para Pizzi, como tampoco que haya aplicado la ley del mínimo esfuerzo durante una fase clasificatoria y conserve tal nivel de prestigio como para que sigan confiando en él.
Aunque nos aflija el alma, el ex administrador técnico de la selección vuelve a demostrar ser más frío e inteligente que la mayoría de quienes todavía se lamentan con su desempeño y lo responsabilizan de la eliminación. Pizzi dejó en claro que en el profesionalizado fútbol de hoy no hay espacio para el duelo ni para compromisos sentimentales si a la vuelta de la esquina hay un millonario contrato de trabajo, tal como le sucedió cuando aceptó venirse a Chile mientras dirigía al León de México.
Pizzi y su séquito son un ejemplo de cómo hoy se modela la industria del fútbol de alta competencia cuando se contrata a alguien que ha proyectado una imagen donde los atributos formales pesan más que los técnicos, más aún si es ofrecido por un representante que tiene capacidad de convencimiento con los directivos. Sea cual fuere el resultado, terminado un proceso de largo plazo o incluso una campaña en particular, para esta estirpe de entrenador siempre lo importante será lo que viene y no lo que se dejó. En todo orden de cosas, es el futuro lo que cuenta, porque para los dirigentes que lo contrataron da exactamente lo mismo la evaluación que se haga de la experiencia. El ejemplo del ex administrador técnico de la selección es revelador: de su análisis final nunca se conoció nada, salvo una carta ordinaria, llena de lugares comunes y de disquisiciones baratas y simplonas.
Más allá de los comprensibles sentimientos de enfado o tirria hacia Pizzi y su presente (porque finalmente detrás de estos hay hinchas), lo que hastía es advertir que quien encabezó un proceso se alejó sin aportar una reflexión que derive en un análisis constructivo o una revisión estructural, y que su autocrítica, apenas superficial, a esta altura no sea más que un falso consuelo para salir del paso, mientras caen los siguientes incautos.