Revisando un libro sobre Berlín y sus divisiones simbólicas, recordé ciertas conversaciones con Francesca Lombardo sostenidas a finales de los 80, en un mundo que se fue y del cual de vez en cuando encontramos las huellas dispersas. En una de estas conversaciones, me parece que Francesca adaptaba una teoría recientemente asimilada, que el hombre era un "animal zonal" y que la ciudad misma proyectaba un modelo orgánico, con zonas equivalentes al cerebro, al estómago y otras al aparato excretor.
Tuvimos más tarde uno que otro encuentro adicional y con los años nos fuimos distanciando, cada uno en su propia zona ideológica, sin tiempo ni paciencia para sensibilidades que nos distrajeran de nuestros objetos de estudio, por llamar de alguna manera -en mi caso- a las distracciones literarias.
Francesca murió hace pocos días. Un amigo que era su paciente me informó una tarde que había llegado a su consulta de la calle Rosal a la hora señalada y que no había abierto nadie. Luego se precipitó la mala noticia. Cercanos a Francesca Lombardo fueron Alfredo Castro, Justo Mellado y, años ha, el poeta Gonzalo Muñoz.
A fines de los 90 trabajaba como psicoterapeuta en el Hospital Salvador, específicamente con madres solteras. Según lo que había podido investigar, Francesca había concluido que la condición de madre soltera, por lo general, obedecía a repetición de historias familiares, y que estas personas, confundidas y angustiadas, veían la medicina como un mundo ajeno, desconocido e intimidante respecto del cual no tenían conducta posible.
Otra cosa: estas mujeres tejían permanentemente. Había en sus vidas relatos cortados, segmentos desaparecidos, y el tejido era una forma de restituir la continuidad. Estábamos en el Drugstore de esos años, una tarde de verano de mucho viento. De súbito, Francesca me dijo que yo también tejía, que todo lo que escribía era para reconstruir puntos de contacto, para reunificar lo disgregado en la ciudad o en la realidad. No sé si fue esa u otra vez que caminamos mucho por no sé qué calles hasta llegar a Diego de Almagro, donde vivía. La dejé en la puerta y nunca más volvimos a conversar.
Justo Mellado publicó en alguna parte un texto de emergencia a raíz de la muerte de Francesca. Retomaba muchas conversaciones y muchas situaciones hilarantes compartidas con ella en el pasado, en Santiago y en París. Una de las imágenes que trataron de dilucidar alguna vez era la del hombre que arrastra su sombra, como en el poema de Eliot.
Bueno, el tema andaba en el aire, porque hace no demasiado, mientras llevaba la ropa a la lavandería en un carrito cubierto con lona, me encontré con Mellado y exclamó: ¡vas arrastrando tu sombra! Le contesté que no era mi sombra, sino mi ropa sucia, que viene a ser casi lo mismo.
Cercanos a Francesca Lombardo fueron Alfredo Castro, Justo Mellado y, años ha, el poeta Gonzalo Muñoz.