Una gran foto de Lenin al fondo de la enorme sala de L'Ermitage abre la exposición con la que el museo ruso conmemora los cien años del asalto al Palacio de Invierno y la caída del gobierno de Kerensky. Después de todo, "la historia se hizo aquí", como resalta el título de la muestra. En la Tretyakov de Moscú se exhiben las obras que los vanguardistas hicieron en 1917.
Tenía curiosidad por saber cómo se recuerda hoy en Rusia la revolución de 1917 por varios motivos. El primero, porque Putin ha sido reacio a cualquier celebración. El desfile del 7 de noviembre fue poco aparatoso, y solo celebraron los comunistas, cuyo líder dijo que "Rusia es otra, pero no nos pueden quitar toda nuestra vida".
La apreciación de Putin es ambivalente. Aplaude los logros sociales, pero al explicarse, aparece su recelo: "Cuando miramos las lecciones de hace un siglo, vemos cuán ambiguas son las consecuencias positivas y negativas", y se pregunta "si realmente no era posible el desarrollo, no a través de una revolución, sino por evolución, sin destruir el Estado ni arruinar sin misericordia el destino de millones, sino paso a paso, con progreso gradual".
Mi curiosidad surgía también por haber visto en la ciudad de Tula, 200 kilómetros al sur de Moscú, al frente de la Duma, una estatua de Lenin, perfectamente conservada, a diferencia de las decenas destrozadas tras el derrumbe de la URSS. Y en el Kremlin local, exposiciones sobre el bolchevismo, sobre el "legendario Kalashnikov", creador del AK-47, tan usado por guerrilleros. O sea, panegíricos de la URSS, orgullo para quienes viven en Tula, famosa por sus fábricas de armamento y de samovares, y también por Yasnaya Polyana, el fundo de León Tolstoi.
Al recorrer el Ermitage se va aclarando el panorama. Un amplio despliegue de los elementos más representativos de la Revolución rusa, y de la participación de los protagonistas, sin muchos calificativos.
La vida, antes de la abdicación, de Nicolás II y su familia, sus obras de caridad, su papel en la Gran Guerra y "el trágico error" de irse al frente, con lo que perdió "irrevocablemente el control de la situación en la capital". Sobria descripción de la desastrosa política del zar.
Luego, salas dedicadas a Kerensky, y otras, sobre el asalto al palacio; más allá, documentos, panfletos y diarios, muchos diarios, hasta llegar al comedor donde arrestaron a los miembros del gobierno provisional (pero no a Kerensky, que había huido), con la mesa y sillas originales, y el reloj dorado sobre un rinoceronte negro que marcó por un siglo la hora exacta del coup d'État bolchevique.
De Kerensky se dice que llevó a Rusia a la "catástrofe política, militar y económica, y al golpe de octubre de 1917". De Lenin se resalta su frase: "Los bolcheviques deben tomar el poder", que no es poca cosa, y un camino de banderas rojas que marcan los pasos de los revolucionarios.
No es una celebración. Rusia y Putin prefieren ensalzar la "estabilidad", no las rebeliones. La discusión sobre 1917 se deja a los académicos y expertos. Se necesita unidad, los rusos deben trabajar, volver a ser una potencia. Por eso, seguramente, pusieron en marcha de nuevo el reloj del rinoceronte, que ya no marca la hora del asalto al Palacio de Invierno.