Fotografía y textiles sabe unificar, en una instalación de fluida armonía, la treintañera Natalia Urnia. Vertidos, además, a través de una imaginería genuina, estas obras, nada más que en blanco y negro, se muestran dentro del montaje de Galería NAC. En cuanto a los tejidos, constituyen ellos 18 variaciones alrededor de cotidianos pedazos de casimir -trama espigada- intervenido imaginativamente mediante la incorporación sutil del espacio circundante. Dispuesta cada pieza como la síntesis minimalista de un telar en plena labor, sus hilos paralelos se hallan prontos a recibir la textura correspondiente. Pero los trozos de tela también conforman una horizontal composición mural, donde las porciones de la tela fundamental abierta provocan aproximaciones a volúmenes asociables a figurillas traviesas, que hasta podrían asimilarse a ciertos protagonistas de El Gran Vidrio de Duchamp. Por otra parte, cabría definir el presente trabajo como un aireado relieve mural, finamente corpóreo y sin coloración, por supuesto. Asimismo, la fibra textil materializa la escultura de una gran esfera brillante que se amalgama muy bien con el conjunto exhibido.
Respecto de las fotos de Urnia, estas logran transmitirnos la esencia misma del género fotográfico: luz, oscuridad, hermosos pasajes entre ambos extremos y formas traspasadas, empapadas por el claroscuro. Quizá dos láminas del mismo tipo colocadas a continuación del mural, y concluyendo la exposición, emergen con una presencia una pizca gruesa y evidente, lo cual las hace desmerecer frente a sus espléndidas compañeras restantes.
Al mismo tiempo, NAC aprovecha su vitrina de entrada con un video en tres partes, que despliega la minimalista visión paisajista del desplazamiento de un anónimo personaje. De él solo divisamos el avance de su negra y pequeña silueta en medio de la grandeza del azul de un horizonte monótono y de los apenas perceptibles cambios atmosféricos del cielo.
A 50 años de su fallecimiento, Sala Gasco rinde homenaje al antes discutido escultor chileno Tótila Albert (1892-1967). Por la rapidez de ejecución, la arcilla y el yeso fueron sus materiales preferidos. Medio siglo después los vemos mayoritariamente fundidos en bronce. Las obras resultantes encarnan cabezas con nombre y apellido, manos anónimas, pero sobre todo los cuerpos de la pareja humana sin velos y con una flexibilidad de bailarines. Así se alargan, se enlazan entre sí, en una especie de idealización de los, a la vez, fluidos y tensos movimientos de un ballet. La exageración de las musculaturas -los hombres en especial-, las deformaciones corporales parecen recoger ecos del expresionismo alemán, pero de un expresionismo antes formal que anímico.
Los trabajos juveniles de Albert corresponden a 1918 y son cinco volúmenes, casi miniaturas, de mujeres muy encogidas en sí mismas y cubiertas por rebozos; recuerdan al germano Barlach. Al año siguiente, la figura femenina solitaria busca, mediante su desnudez, remedar un cerebro humano. La década del 20 ya trae la pareja estableciendo un compacto nudo carnal. Además tenemos de entonces la búsqueda de la plenitud masculina: Torso, cuerpo vertical erguido con músculos y giro dinámico llevados hasta la exageración. Asimismo exagera su gesto Himno (1932), mientras El largo y La vela lo hacen con la longitud de sus extremidades en imágenes muy próximas al también alemán Lehmbruck. La florentina, por el contrario, redime ambas insuficiencias mediante la gracia de su actitud y del camisón que apenas la cubre. También interesa la vigorosa disposición geométrica de Joven, con las manos en la cabeza.
Probablemente los años 50 nos traen la madurez del artista. Anotemos primero los relieves, cuyas parejas parecen volar sobre el soporte plano con naturalidad, con el equilibrio preciso de bailarines: Nacimiento del yo, Aire. Entretanto, La tierra convierte piernas y brazos en un armonioso e incesante movimiento circular. Algo semejante ocurre con el volumen La tierra, acaso la imagen más característica del escultor. De ese mismo tiempo y en lo que a retratos respecta, cabe rescatar el quieto y ensimismado de la pianista Rosita Renard y lamentar el amaneramiento de Simón Bolívar o del Busto de Lucifer. Las máscaras autorretratos a los 30 y 60 años parean, en cambio, plenitud juvenil y noble serenidad, respectivamente.
Dibujos, fotografías, textos presenta Claudio Bertoni en Galería D21. Si la elemental pareja humana en tinta negra semeja rayado furtivo de murallas o de algún cuaderno escolar, el artista limita al solo sexo el amor. La bastante monótona reiteración del tema se alivia con la introducción de textos que buscan elevarlo hacia el ámbito poético o, mejor, con una interesante abstracción de manchas oscuras. Sin embargo, son las fotografías en blanco y negro verdaderamente lo medular del conjunto. En especial, las captadas en plena calle y a pleno día, que muestran el tránsito espontáneo de mujeres anónimas. Encuadres, perspectivas y personales ángulos de visión cuajan una expresividad más indirecta y conveniente para el autor.
TRAMAS DE TERRITORIO
Atractiva instalación textil y fotográfica de un nombre nuevo, Natalia Urnia
Lugar: Galería NAC
Fecha: hasta el 12 de diciembre
VOLVER A LA LUZ
Las alargadas figuras bailarinas del escultor Tótila Albert
Lugar: Sala Gasco
Fecha: hasta el 1 de diciembre
TE AMO, TE AMO, TE AMO
Sobre todo las personales fotografías callejeras de Claudio Bertoni
Lugar: Galería D21