No dejarlo ver la vida y vivirla, o sea las penas de la vida, no es cuidar. No ser a veces duro e inflexible respecto de valores y/o actitudes, no es quererlo.
Hace tiempo que la lista de lo "correcto" respecto de cómo criar a los hijos se hizo eterna. Hoy las madres prácticamente les hacen las tareas a los hijos con tal que les vaya bien y no se frustren. Quieren que lo tengan todo para que no se acomplejen. Quieren que vivan en una burbuja donde el peligro y el dolor no existen.
Sucede que la vida es dura. Y que quienes toleran la frustración y el fracaso ocasional, quienes sobreviven a los dolores sin enfermarse o caer en crisis, quienes saben que gozar y sufrir son una combinación obligatoria, son finalmente los mejores.
Pero estamos haciendo lo contrario, con frecuencia, en el concepto de lo que es formar a las nuevas generaciones. Y esto por buenas razones. Sabemos que es importante que los niños sean tanto protegidos como queridos, regaloneados, perdonados, y jamás maltratados. Mientras más dura la vida, más miedo tienen los padres de los riesgos que corren sus hijos en su enfrentamiento a esta. Y tienen razón. Nuestra obligación es cuidarlos. Pero cuidar no es negarles en cada edad enfrentar los riesgos de la vida. Advertirlos, sí. Apoyarlos, también. Esconderlos o asustarlos o formarlos en la segregación de todo lo distinto, no.
La estrictez de las convicciones de los padres son un derecho y, generalmente, también un deber. La sobreprotección ante el mundo que les tocará vivir es una injusticia. Un ejemplo banal: el consumo de alcohol a escondidas y de borracheras en las calles son más frecuentes en los sectores más conservadores y estrictos. Sucede también con la sexualidad. Esos jóvenes llenos de límites en sus hogares y colegios, se desbandan en la libertad. Tal vez, por ejemplo, exponer al alcohol a los jóvenes de manera controlada sea más sano. Pero a muchos padres les da miedo hacerlo. Es normal tener miedo cuando se fue formado en una sociedad y nos toca formar hijos en una ciudad cuyas costumbres y valores han cambiado. Solo que tenemos que ser cuidadosos y honestos. Es más fácil decirle a un hijo que emborracharse es algo que pasa, que tal vez le pasó a ese padre alguna vez y desde ahí imponer normas.
Luchemos contra nuestro propio miedo ante la vida y futuro de nuestros hijos.