Si criticamos demasiado a nuestra clase política, si vivimos pendientes de los casos de corrupción y tráfico de influencias, si encontramos que la actual campaña electoral es una lata, haríamos bien en leer los libros de Claudia Piñeiro, pues en sus novelas más populares -
Las viudas de los jueves , Betibú - o en las más satíricas -
Un comunista en calzoncillos - nos deja como guaguas de pecho al lado de los argentinos. El proyecto literario de Piñeiro es valioso: entretiene, posee sentido del humor, crea personajes entrañables, traza una línea divisoria, quizá un tanto maniquea, entre los buenos y los malos, y conoce a fondo los entresijos del poder entre nuestros vecinos. El medio que la autora bonaerense retrata es además un entorno que conoce a cabalidad: la clase media intelectual; los sectores venidos a menos; los jóvenes idealistas que fracasan en sus tentativas; los hombres y mujeres maduros, sin ilusiones, aunque dignos; las relaciones amorosas problemáticas; la gente desplazada, si bien con la frente en alto, en fin, un segmento de la sociedad trasandina que, hoy por hoy, carece de expresión en el espacio público y parece ignorado por la literatura.
Las maldiciones , su último título, se llama así porque en los medios de comunicación, en la historia y la historiografía porteñas existe un mito arraigado desde hace más de un siglo: ningún gobernador de la capital ha logrado ser Presidente de la República; no hay habitante de La Plata que haya ocupado la primera magistratura y nadie que provenga de Santa Fe ha conseguido llegar al más alto cargo de representación popular. En torno a esta creencia giran las carreras de Román Sabaté y Sebastián Binet, muchachos que se afilian al nuevo partido llamado Pragma, dirigido por Fernando Rovira y sus secuaces, creadores de un plan magistral para el futuro de esa nación: dividir en dos la provincia de Buenos Aires, con Rovira a la cabeza de la porción norte, donde se acumulan la riqueza, los nombres decisivos, las grandes familias. En el ínterin, China Sureda, el principal carácter femenino, realiza una investigación en torno a los tres dogmas mencionados, lo que la lleva al espinudo tema de las editoriales y lo que publican, y al más espinudo aún del pasado de Rovira. Mientras tanto, es asesinada Lucrecia Bonara, la esposa de Rovira, y aun cuando desde el inicio tenemos pistas para adivinar de dónde proviene el atentado, el destino final de Lucrecia coge desprevenido al lector. Piñeiro, como viene siendo una técnica recurrente en sus ficciones, hace saltar el tiempo en pedazos, de modo que si al comienzo nos damos cuenta de que Román huye con Joaquín, presunto hijo de Rovira y Lucrecia, o sea, anticipa el desenlace, también injerta episodios sin orden cronológico, por lo que muchas veces hay que hacer serios esfuerzos para entender hacia dónde va
Las maldiciones .
En realidad la narración va hacia tantas partes que prácticamente resulta imposible enumerarlas, así que solo con fines ilustrativos diremos que intenta describir cómo se construye una organización política moderna, que de moderna no tiene nada, salvo la ambición desmedida y la falta de escrúpulos de sus dirigentes; de qué manera el crimen y la actividad partidista están estrechamente ligados; hasta qué punto la estupidez y la carencia de principios morales e intelectuales edifican un ente sin objetivos; cómo se aniquilan vidas y reputaciones bastando un gesto o un ademán para ello; de cuáles recursos se valen estos parásitos para reclutar adherentes y, tan importante como lo anterior, hasta qué punto el uso y abuso de la prensa escrita, audiovisual y virtual rigen la acción de Pragma, una agrupación confusa, sin ideas claras, cuyas características lindan con lo más trillado de lo trillado y cuyo devenir está signado por lo esotérico e inclusive por las voces de ultratumba. En efecto, a poco andar, Irene, la madre de Rovira y su principal asesora en las sombras, es experta en sanaciones, se rodea de gurús que practican arcanos ritos, trabaja junto a sabios y sabias en reiki, tai chi, runas, cartas astrales, ayurveda, religiones orientales y de un cuanto hay. Por lo tanto, el programa de Pragma es una mescolanza de tecnología de punta, horas de gimnasia para estar físicamente bien entrenados, sesiones de espiritismo y corrientes ideológicas surtidas. En el mejor de los casos, se hallan inspiradas en el utilitarismo norteamericano y en el peor, se fundamentan en burdas consignas disfrazadas bajo ropajes actuales.
Las maldiciones , como puede apreciarse, es un texto con altas pretensiones. Sin embargo, el fuerte de Piñeiro, que consiste en la creación de actores convincentes y situaciones humanas emotivas e íntimas, está casi completamente ausente en esta obra. Ello se debe a numerosos factores: la escritora mete demasiados temas, demasiada gente y demasiadas aventuras periféricas, casi pintorescas; cambia el punto de vista narrativo sin cesar y, sobre todo, lo hace sin variaciones estilísticas, incluyendo el brusco paso de la primera a la tercera persona, por lo que muchas veces no sabemos quién está hablando; hay, claro, pasajes logrados, con suspenso, pero terminan enredándose en una espesa madeja de incidentes. Por último,
Las maldiciones rezuma un sabor relamido y ambiguo, dada la tendencia de Piñeiro a rescatar el amor verdadero y la lealtad fidedigna. Es una lástima, porque pudo haber sido una intranquilizante trama.