La Presidenta acaba de sorprender a muchos al destacar, en Vietnam, que Ho Chi Minh es uno de sus "líderes favoritos" y que siente "una gran admiración" por él. ¿De verdad sorprende? Bien miradas las cosas, no. Por el contrario: volvió a manifestar su fascinación por dictadores o dictaduras de izquierda. En este caso, el nombre de Ho Chi Minh se une al de Fidel Castro y del matrimonio Honecker o, al menos, del amurallado modelo de la extinta RDA, sepultado hace 28 años por una revolución popular.
En rigor, Ho jugó un papel clave e inspirador en la emancipación de Vietnam del colonialismo, en la guerra contra el dominio japonés, francés y estadounidense, y en la consecución de la independencia. Nobleza obliga, eso debe reconocerse. Pero no cabe duda de que, al mando del Partido Comunista y su brazo armado, Ho impuso en Vietnam del Norte un régimen de partido único y economía estatal que, en materia de represión de opositores, imitó a la China maoísta y la Unión Soviética estalinista.
Es cierto que a un mandatario chileno no le corresponde pontificar sobre el modelo que deben seguir los países con los cuales aspira a profundizar relaciones (aunque la defensa de derechos humanos, como postuló, con razón, la oposición a Augusto Pinochet, trasciende fronteras), pero nada lo obliga a celebrar a líderes que, en materia de democracia y libertad, se ubican en las antípodas del Chile que hemos construido.
Bachelet tiende a confundir sus pasiones políticas con el rol que está llamada a asumir como Jefa de Estado. Alguien que representa a un país que sufrió una dictadura y que además experimentó en carne propia represión y exilio, debería practicar al menos la mesura en la celebración de regímenes que castigan a los opositores con la misma moneda.
Aún late en la retina de los chilenos el presuroso y poco presidencial andar de la Mandataria en La Habana, en 2009, cuando le anunciaron que Fidel Castro estaba dispuesto a recibirla. Como llamada por la historia, ella dejó el espectáculo cultural que chilenos habían preparado en su honor, abordó un carro de la seguridad cubana y desapareció, perdiendo el nexo con sus escoltas, para dialogar con el dictador, ya jubilado. Todo desembocó en un bochorno: Castro reveló después el contenido de la conversación privada, que incluyó la exigencia de mar soberano para Bolivia, y respaldó a La Paz.
Pero hay más: durante una visita reciente a El Salvador, Bachelet celebró a la RDA porque le permitió estudiar y dar a luz a su primer hijo. "Yo me traje ese modelo en mi cabeza", aseveró, restringiendo su visión de la dictadura que encerró a su pueblo, a las prestaciones sociales que a ella le brindó. Así puede justificarse cualquier dictadura. Y en su gira a la Alemania unificada, volvió a resaltar su gratitud hacia el modelo de Honecker, olvidando que sus anfitriones, tanto el Presidente Gauck como la Canciller Federal Merkel, vivieron en la RDA y sufrieron los rigores del régimen.
La gratitud de Bachelet se dirige al partido y al Estado totalitarios, no a la población -en una época, sus conciudadanos- que mediante su trabajo, y despojados de libertades, financiaron esas prestaciones. De acuerdo a esta lógica, la Mandataria debe haber lamentado la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la RDA, y visto acongojada la marcha de los millones de germano-orientales hacia la libertad, en noviembre de 1989.
¿Se trata de la mera pasión política de Bachelet, es decir, de algo aislado, o su postura la comparte la mayoría de la izquierda? Si es lo primero, ¿por qué callan Guillier, Sánchez y ME-O como callan Navarro y Artés? ¿Y qué implica para Chile la megaalianza en ciernes de toda una izquierda con esa visión? El peligro para la democracia no lo representa hoy la instauración del socialismo sino el populismo, la imitación de experiencias fracasadas y la oferta de soluciones rápidas y fáciles a todos los problemas.
La celebración de Ho por Bachelet eclipsó un dato esencial: aunque Vietnam sigue siendo un régimen de partido único, tras constatar el fracaso de la economía comunista, impulsa desde 1986 un proceso de reformas. El "Doi Moi" (renovación) fomenta la economía de mercado, la propiedad y el emprendimiento privados, la inversión nacional y extranjera, y la apertura al mundo. Gracias a la actividad privada, exhibe Vietnam desde entonces altas tasas de crecimiento.