Santiago celebra la apertura de una nueva línea del ferrocarril metropolitano, cosa que no ocurría en más de una década, y cuyo trazado de 15 kilómetros comienza a configurar una genuina red de transporte subterráneo, capaz de cubrir el territorio ofreciendo alternativas de recorridos para ir de un extremo a otro. Hay que decir que el impacto del metro en la ciudad es siempre positivo, pues consolida un sistema de transporte público eficiente y confiable, distribuido de manera cada vez más homogénea. Esto impIica varias cosas. Descongestión (pues más gente está dispuesta a dejar de depender del automóvil), descontaminación del aire y algo poco reconocido: la democratización de la ciudad, pues el metro es igual en calidad para todos, todos somos iguales al usarlo, hace que las distancias se acorten y que la ciudad se comprima conceptualmente.
¿Hay aspectos negativos? Los hay, aunque no son responsabilidad directa de Metro, sino de los inicuos instrumentos de planificación que nos rigen y que son consecuencia directa de la forma que hemos engendrado en Chile para concebir el desarrollo económico y el urbano, y el rol que en ello le caben al Estado y al mundo privado. En el entorno de las estaciones de Metro se produce una especulación desbocada, donde gracias a una enorme inversión pública se genera una plusvalía que se deposita exclusivamente en el bolsillo de propietarios privados, sin que el Estado recupere con justicia parte de ella, como sí ocurre en países más inteligentes que el nuestro, o como se hizo antiguamente también en Chile. Si el propietario privado debiese pagar un impuesto que compensara al Estado, la plusvalía generada por la inversión pública y la especulación estarían más controladas y se evitaría el efecto perverso de la gentrificación, que es una forma de discriminación social y espacial; precisamente lo contrario que pretende una gran red de transporte público.
Lo incógnito es la reconfiguracion del paisaje urbano -predios y edificios- demolido para construir el metro, sobre todo en lugares significativos, como son esquinas de carácter metropolitano. Por muy aldeanos que seamos, no podemos aceptar que con el pretexto del progreso se destruya, desconfigure y empobrezca la ciudad, tal como ha venido ocurriendo con anteriores líneas de Metro y con innumerables proyectos de infraestructura vial, incluidos los más recientes. Después de negarse por mucho tiempo, diciendo que no les correspondía hacer negocios inmobiliarios, Metro ha anunciado que sí se hará cargo de los sitios que demolió, construyendo y concesionando edificaciones en esos terrenos vaciados. Pero no sabemos qué se hará, quién lo hará, qué uso tendrá y si acaso será mediante concurso público, como correspondería a cualquier intervención urbana de interés ciudadano.