José de Gregorio, ex ministro de Ricardo Lagos y ex presidente del Banco Central, asestó ayer un golpe severo al oficialismo y a su alineamiento detrás de la candidatura de Alejandro Guillier. "Estoy muy decepcionado de cómo está terminando este gobierno y el rumbo que tomó hace varios años", dijo. También criticó los errores técnicos, la arrogancia de la Nueva Mayoría y advirtió que el próximo gobierno tendrá que entrar a "reparar mucho" de lo que se ha hecho mal.
La crítica de De Gregorio desnuda la realidad del oficialismo y erosiona la estrategia de lavado de cara de la Presidenta que se desarrolla desde agosto. Esta se apoya en que la valoración de los presidentes siempre mejora cuando finalizan su mandato. Así ha sido con Bachelet, que, tras batir récords de rechazo, en septiembre obtuvo su mejor nota en 30 meses. La subida del precio del cobre y las expectativas de cambio en La Moneda han mejorado el ambiente y contribuido a suavizar los aspectos más criticables del legado presidencial.
Pero De Gregorio ha venido a recordar que el país necesita una rectificación profunda. Bachelet se ha gastado en sus reformas un dinero que no tenía. En los primeros años, lo hizo porque sobreestimó los ingresos de la reforma tributaria y ahora lo hace a sabiendas: la Ley de Presupuestos que presentó Nicolás Eyzaguirre da por hecho que tan pronto como el 1 de enero de 2018 al Estado de Chile le faltarán 4.500 millones de dólares para terminar el año. Ese es el déficit fiscal y los analistas están convencidos de que será muy superior.
Que un valioso escudero de Carolina Goic subraye esto fue un jarro de agua fría para los seguidores de Guillier que ayer celebraban su "resurrección". Este, por primera vez en meses, tomó la iniciativa. Mezcló unas declaraciones de Piñera afirmando que quería una administración sin asesores políticos con su promesa de ahorrar 7.000 millones en cuatro años y se inventó que su rival iba a despedir a 20.000 empleados públicos. La acusación corrió como un reguero de pólvora por toda la burocracia.
Como bien ha visto Guillier, el punto crítico de los programas electorales es la financiación. Ahí es donde se ve si los candidatos están en el mundo real o toman por tontos a los ciudadanos, que son los que pagan sus promesas. Cuatro de ellos han dado a conocer el costo global aproximado de sus planes en dólares: Piñera, 14.000 millones; Goic, entre 7.500 y 10.000 millones; Guillier, 10.000 millones y Sánchez, 13.500 millones (no incluye su sistema de pensiones de reparto).
Piñera y Sánchez también han explicado con cierto detalle de dónde va a salir el dinero: impuestos y ahorros, el primero, y nuevos impuestos y royalties, la segunda. Los demás se encomiendan al precio del cobre y a que la economía crezca.
Sin embargo, solo dos candidatos -Kast y Piñera- se han comprometido con el equilibrio de las cuentas del Estado. Kast ha formulado una promesa de alcanzar el balance estructural en cuatro años y Piñera ha esbozado una senda de consolidación fiscal a cubrir en seis u ocho años donde el esfuerzo inicial entre nuevos ingresos y ahorros se reparte al 50%.
Se puede criticar el ritmo pusilánime de la estabilización fiscal de Piñera (los estudios sugieren que las consolidaciones exitosas se basan más en los ahorros que en el incremento de ingresos), atacar la falta de audacia de su apuesta por el crecimiento, pero es el único que parece contar con un plan para ordenar las cuentas. O los demás candidatos están cómodos con un Chile instalado en el déficit permanente o no están diciendo la verdad y esperan que un hada se ocupe de Hacienda.
Es verdad que el déficit y la deuda pública aún están en cifras manejables. Pero cuando se oye a candidatos que añaden gasto público sobre la base de incrementos de 10.000 millones de dólares, los analistas levantan las cejas. Si a eso se suman unas políticas que ahuyentan a los inversionistas, no debería sorprender que nuestras tasas de crecimiento sean tan mezquinas. Por eso las palabras de De Gregorio vienen a indultar la austeridad anunciada en el programa de Piñera.