El escritor colombiano Evelio Rosero, autor de novelas con amplia resonancia en Iberoamérica, como Los ejércitos y La carroza de Bolívar, una desmitificación del prócer muy bien lograda, quiso abordar en esta nueva obra la figura del asesino. El prototipo. El molde. Y lo hizo con sus herramientas habituales: un lenguaje vibrante y rico en juegos verbales y una aproximación gradual y oblicua al asunto que le interesa. Una manera de leer este libro es seguir la pista de las migas de pan que el narrador siembra en el camino y ajustarse al psicologismo más tradicional, tal como se presenta a los personajes en el capítulo de la primera visita de Eri, el narrador, a la de Toño Ciruelo: la madre ida, la hermana ninfómana, el padre poderoso reunido en su escritorio con personajes que parecen asesinos. Parece el caldo de cultivo clásico para el desarrollo de una personalidad psicopática, pero no es la línea que está implícita en la novela, o al menos no en el modo de exponerla. El acercamiento es gradual, siempre. Conocemos a Ciruelo desde la mirada de sus amigos, especialmente de Eri Salgado, pero también de Fagua (y de su hermana, pero esa es otra línea). Tres hombres, tres lectores, tres alumnos de un colegio católico, un trío dominado por la figura avasalladora de Ciruelo, no solo por su estatura, muy superior al promedio, sino por su manera envolvente de inscribir a quienes lo escuchan en relatos donde nunca se sabe cuánto hay de invención y cuánto de realidad.
El destino de la familia de Ciruelo es trágico. La hermana se lanza desde una ventana. El padre poderoso y la madre ida son dinamitados en su Mercedes, a pesar de la escolta militar que protege al senador. Dos tíos administran los bienes de Toño, quien queda así convertido en el único de su generación con departamento propio e ingresos regulares. Eri, a través de sus recuerdos y de ocasionales encuentros con Ciruelo, reconstruye episodios de una vida donde lo único que queda claro es que algo acecha, algo perverso, algo profundamente inquietante. ¿Ciruelo arrojó a su hermana al vacío? ¿Fue él quien trató de violar a la hermana de Fagua antes de aparecer por su casa y liderar la búsqueda del atacante? Y cuando se produce el encuentro final, 20 años después del último, cuando ambos tienen ya más de cincuenta años, es la hora de las revelaciones. El despliegue verbal es incontenible. Entre las mejores páginas de la novela está la descripción de unos poetas reunidos en un bar, más incluso que el delirio puro de Ciruelo que cierra el libro.