Son dos las razones por las que en Chile, cada año, se publican numerosos libros sobre el cine de Raúl Ruiz. La primera es que los chilenos no entienden su cine. Es evidente. La segunda es que no lo han visto, con la excepción de la gran Palomita blanca (1973), que, por lo demás, es la única que comprenden, pero hasta cierto punto y nunca absolutamente. Digamos que su extensa filmografía son los fragmentos rotos de un vidrio trizado que por lo demás nunca estuvo completo.
(Perdone: se va a servir algo o viene a puro conversar).
Estamos frente al carácter hipotético de los puntos suspensivos. Es la paradoja dentro de la paradoja que encierra una broma oculta, con la particularidad de que el núcleo de la broma es infinito, es decir, no es una broma: es una telenovela.
(¿Y cuándo vamos a enfrentar en serio, pero bien en serio, la deuda histórica de los profesores?).
Descubrimos que el ente dramático se ha paralogizado en el espacio temporal y el discurso interpretativo narrativo se desplaza por la desterritorialización de lo chileno hacia el resto del mundo.
(Loyola, después del bypass y el corcheteo, desapareció del mapa, perdió identidad y hasta ahí nomás llegó, como don Luis Bossay Leiva, que en paz descanse. Al que tuve la suerte de conocer en persona. Y no me estoy cachiporreando).
En su filmografía se decanta un enciclopedismo decimonónico y tridimensional que tensiona la irreductibilidad de las citas y la prestidigitación.
(¿Sabe lo que me contaron? No sé, ah. Me dijeron que cerca de Chimbarongo se levanta el poblado Peor es Nada, y el gentilicio, aunque igual es mentira, pero me lo juraron: chileno. ¿Ve la relación?).
Sus películas con herramientas cartográficas que se internan por zonas irrealizables e incompletas donde el destino de las piezas no forman ningún todo.
(Acá la comprensión de lectura es como la mona y por eso le pongo ejemplos, y con punto aparte, para que no haya confusión:
¿Doña Violeta? Vieja fea.
¿Doña Gabriela? Vieja seca.
¿Don Pablo? Viejo latoso.
¿Don Augusto? Viejo malo.
¿Don Patricio? Viejo chueco.
¿Don Ricardo? Un viejo que escribe ensayos.
¿Don Raoul? No lo conozco.
Su cine es un universo laberíntico y circular poblado de cuadros vivientes. Más bien un parque laberíntico, incluso más: un extenso parque laberíntico fantasmagórico, con algo de Lewis Carroll en la sucesión del plano y de Jorge Luis Borges en la microficción.
(Se me acaba de soltar la basta del pantalón y por eso recuerdo a don Takito Sakai, un zurcidor japonés de Puerto Montt que daba puntadas con y sin hilo).
Es el cine de la metáfora en la metáfora y por la metáfora.
(Provecho).
Sus películas se materializan en la ausencia.
(Si preguntan por mí, diga que salí).
Es el cine de Raúl Ruiz. Algo que los chilenos nunca van a entender.
(A mí que me registren. Y si encuentran algo valioso que valga la pena, desde ya se los digo: no es mío).