Si los holandeses leyeran una novela en la que Ámsterdam estuviese situada en los confines del Sahara, Rembrandt apareciera como un pintor cubista, se dijera que Spinoza fundó el existencialismo o que La Haya es una aldea situada en los Balcanes, inevitablemente se molestarían. En
La república , del joven y premiado Joost de Vries (1983), Chile ocupa un sitio destacado y merece una definición simpática: "La columna vertebral atrofiada de América Latina". Pero resulta que hay junglas, plantaciones de cacao, clima tropical, infecciones erradicadas, ríos y pueblos inexistentes, instituciones sacadas quién sabe de dónde y cosas más serias. Un ejemplo es la charla que una catedrática da al protagonista sobre la frecuencia de nombres inusuales que se produjo durante el siglo pasado tras la separación de la Iglesia y el Estado. Debido al clima represivo creado por el catolicismo, los contrariados padres empezaron a bautizar, perdón, inscribir a sus hijos como Hitler, Stalin, Pol Pot, etc.
Hecha esta salvedad, digamos, patriótica,
La república no mejora mucho con sus pretensiones satíricas, su ambientación posmodernista y las frases en un inglés macarrónico página por medio (claro que si hubieran sido hechas en neerlandés, nadie las entendería). En lo básico, la historia arranca con la súbita muerte de Josip Brik, carismático profesor universitario especializado en la figura de Hitler y su relevancia en las representaciones contemporáneas. Para ello fundó la revista "El sonámbulo", financiada en Cornell y su redactor jefe es Friso de Vos, suplantado por el fantasmal Philip de Vries, quien aprovechándose de la convalecencia de Friso tras el fallecimiento de Brik -en una imprecisa clínica santiaguina-, intenta tomar su lugar en una importantísima conferencia titulada "End of History", a celebrarse en Viena. El multitudinario evento, que ha costado millones de millones, en el que participarán luminarias en los campos de la historia, la literatura, el arte, la filosofía, el derecho y todo lo demás, discurrirá en torno a los cientos de miles de artículos, ensayos, tratados y expresiones audiovisuales alrededor de la persona del Führer. Lo que ya se sabe de él importa menos que cero, el nacionalsocialismo está descartado, la última guerra mundial y el exterminio masivo de judíos y otras etnias a nadie le interesan un comino. "El sonámbulo" y otras publicaciones semejantes, a las que hay que añadir las redes sociales, donde toman parte personas enloquecidas por contar novedades sobre el creador del nazismo, averiguan datos tan fascinantes como los hábitos higiénicos del dictador, sus comidas, el número real de zapatos que usaba, cuántos dientes le faltaban, si sus bigotes eran postizos o genuinos, todos los objetos que estuvieron a su alcance o al de sus colaboradores y otro interminable sinfín de antecedentes triviales, tan triviales que, por descontado, hacen imposible creer que un importante centro de estudios superiores norteamericano ocupe ingentes recursos para dichas investigaciones o que las personas estén dispuestas a lo que sea para aportar con algo a esta parafernalia hitleriana, por más que
La república quiera ser una parodia de un tema muy difícil de parodiar. Los proyectos editoriales y audiovisuales de "El sonámbulo" son de envergadura: una enciclopedia de varios tomos, una película de horas de horas, en verdad días, acerca de los últimos momentos del caudillo en el búnker de Berlín, una exposición que comprenda toda la ropa interior que utilizó, desde guagua -¿pañales incluidos?-, hasta sus instantes finales, cuando decidió suicidarse con quien De Vos llama su "amante secreta" y no es otra que la archiconocida Eva Braun.
Desde luego que Hitler se presta para bromas o para feroces diatribas y enseguida acude a la memoria "El gran dictador" (1940), el brillante filme de Charles Chaplin, o más recientemente, el notable relato
Ha vuelto (2014), de Timur Vermes. El humor, huelga decirlo, suele ser un arma mucho más letal que cientos de denuncias escalofriantes, como tantísimas que han surgido a propósito del Tercer Reich alemán. El problema es que
La república en ningún momento produce sonrisas, risas y ni siquiera atisbos de complicidad. Más grave aún es que se trata de un libro harto largo, compuesto en su totalidad por migajas, en las proximidades de un personaje que no dejó nada perdurable (a menos que sus creencias esotéricas o su corte de pelo lo sean). Además hay límites para todo, incluyendo el mal gusto y De Vries simplemente es incapaz de verlos. En un momento dado un sobreviviente de Auschwitz enfrenta al héroe y le dice al pan, pan y al vino, vino, con lo que da la impresión de que
La república cambiará de rumbo. No hay tal. Tampoco tenemos lo que según los presentadores sería una farsa hilarante contra el circuito académico, caracterizado por la ambición y el engaño, ni mucho menos una osada aventura intelectual en la que Hitler se convierte en una marca registrada de la industria cultural, si bien ese podría ser el propósito final de esta extraña obra. Por el contrario todos los actores lo pasan fabulosamente bien, viajan en primera clase, alojan en hoteles de cinco estrellas, fornican a destajo, gastan sin parar y todo ello en medio de citas presuntamente muy cultivadas, aunque bastante pedestres. Así, lo mejor que puede decirse de
La república es que es desconcertante y lo peor, bueno, queda a gusto del lector.