La primera producción que se ve aquí del musical "Fiebre de sábado por la noche", a partir de la película emblemática de los 70 que popularizó la música disco, no es la londinense de 1998 que con diversos ajustes se ha seguido dando hasta hoy alrededor del mundo (incluso como 'show' en cruceros), sino la reciente versión estadounidense estrenada en Long Island en 2015 y elaborada más bien para giras; remozada con un nuevo libreto, incluye algunos cambios a la historia y agrega nuevas canciones a los 'hits' clásicos de los Bee Gees.
Para poner las cosas en su lugar, se debe decir que este nunca estuvo entre los títulos clave del teatro musical. En su estreno en Broadway en 1999, la crítica la describió como "fome" y "penosa". La versión actual trata de superar las flaquezas de la dramaturgia reproduciendo parte de los diálogos de la cinta. Entonces ¿qué es lo que ha hecho que el público corra a verla pese a sus falencias? La respuesta es simple: la pasión actual por lo "retro", el recuerdo del filme, el magnetismo de John Travolta como Tony Manero y los años 70; sobre todo, la vibrante discografía de los Bee Gees, una de las más exitosas de la historia de la música pop. O sea, nostalgia químicamente pura.
El debut local se apoya en una producción impecable que al parecer no escatimó en gastos. La escenografía se da con proyecciones digitales que crean las distintas ambientaciones en perspectiva y hacen que el escenario luzca grandioso y colorido. En un balcón a un costado se ubica la banda instrumental y vocalistas que proveen el espléndido marco musical en el estilo perfecto, a los números de canto y baile. En escena se mueve un nutrido elenco (14 actores y 15 bailarines) mostrando un magnífico trabajo en equipo; sin duda un enorme proceso previo de preparación explica que las coreografías desfilen con potente energía, los actores -salvo un par de figuras que no llegan al buen nivel general- bailando codo a codo con los profesionales de la danza. Los coros resultan muy satisfactorios y hay varios solos de canto de calidad asombrosa; nos gustó especialmente "What Kind of Fool" de Francisca Walker.
Pero si lo anterior funciona bien y a ratos hasta muy bien, digamos que en la entrega, en rigor, hay poco teatro, que es lo que más nos compete. Primero, porque la historia -aunque de sobra conocida- es muy simple, las situaciones son esquemáticas y los personajes, endebles. Por más empeño que le pongan los actores, el libreto les da escaso material para desarrollar. En un buen exponente del género los factores -dramático, musical, dancístico- deben estar equilibrados y fortalecerse unos con otros.
Grave problema técnico es la excesiva amplificación del sonido, no de la música y el canto, sino de la palabra hablada. Lo que hemos hecho notar antes en esta sala, pero aquí llega a un extremo estruendoso perjudicando el aspecto teatral. No importa cuánto se esfuercen los actores por dar intenciones a sus líneas, los parlantes falsifican su interpretación hasta tal punto que en las escenas de grupo uno a menudo debe buscar al actor que mueve los labios para saber de dónde proviene la gigantesca voz que se escucha. Así, sin matices dentro de la pareja magnificación sonora, toda la entrega actoral resulta expresivamente plana.
Razones por las que el conjunto funciona más que como musical, como un brillante show retro, cuyas débiles escenas teatrales hacen de mero enlace entre los distintos números.
Teatro Municipal de las Condes. De jueves a sábado a las 20:00 y domingo a las 18:00 horas, hasta el 12 de noviembre.