No son pocos los alicientes con que se despliega "Comedia de Av. Irarrázaval", coproducción del Teatro de la "U". En primer lugar vierte "El tiempo y los Conway", pieza del británico J. B. Priestley que en 1937 rompió con el flujo lineal del relato escénico, y que se sigue reponiendo hasta hoy (aquí nadie se acordó más de ella tras su estreno en 1952). Lo hace en una adaptación libre y chilenizada de Bruno Vidal, veterano poeta under , el más excéntrico, iconoclasta e impredecible de nuestro medio (59 años, también abogado y psicólogo), quien debutó en la autoría teatral reescribiendo en 2014 una obra breve de Tennessee Williams que tituló "Comedia de Av. Matta".
La propuesta, que dirige Camilo Carmona (también impulsor y director de la otra comedia de Vidal), incorpora el recurso del "teatro dentro del teatro" para acentuar la artificiosidad de lo que vemos; tiene en escena un elenco de 10 actores que ya han probado sus buenas dotes, y cuenta con un sugerente universo sonoro (Alejandro Miranda) y un vestuario tan variado como vistoso.
En el primer acto asistimos a la fiesta de cumpleaños de una de los cinco hijos de la viuda Irarrázaval, que incluye alegres representaciones teatrales (las cuales suceden fuera de escena). El segundo acto ocurre en el mismo lugar pero 20 años después: la acaudalada familia se arruinó y todos reciben la ayuda financiera de Becerra, el 'roto' antes despreciado y que ahora emergió como un poderoso empresario, casado además con una de las hermanas. El acto final retrocede al pasado para mostrar algunas de las causas probables del derrumbe que vendrá, en tanto la hija menor, que se suicidará, tiene una visión anticipatoria del futuro.
La creación de Priestley, en clave de drama, se ambienta en el período de entreguerras del siglo pasado. Vidal, en cambio, ubica las acciones en 1967 y 1987, con el claro propósito de emitir un comentario político sobre la evolución socioeconómica del país. Sin embargo, los referentes de contexto que se dan de las distintas épocas son escasos y poco específicos. Por lo demás, algo no cuaja en la trasposición: la obra ocurre en Ñuñoa y dice tratar de la clase media, pero los usos y costumbres son más bien de la aristocracia criolla.
Otra seria desventaja es que el director impone un tono predominante de comedia. Y, por desgracia, nuestros teatristas jóvenes y no tan jóvenes parecen incapaces -sea por sus falencias de formación, porque piensan que el público no captará la idea de otra forma, o porque los chilenos nos hemos vuelto demasiado poco sutiles para burlarnos de los defectos ajenos- de concebir la comedia y la sátira sin caricaturizar a sus personajes.
Esa mirada externa dificulta que emerja el aire enrarecido, alucinado y misterioso que sugiere el texto a medida que avanza el relato. Es un constante pie forzado para apreciar los aciertos de una obra bien resuelta en sus líneas generales, y que se deja ver por largos tramos con interés.
Sala Antonio Varas. De jueves a sábado a las
20:00 horas, hasta el 4 de noviembre.