Si Manuel Pellegrini debe o no ser el próximo seleccionador nacional es como celebrar el segundo gol antes de anotar el primero.
Quienes conocen mínimamente a Pellegrini saben que su decisión implica una cuadratura de diseño general que, reconozcamos, supera su condición de ingeniero. No se trata de fijar condiciones para asumir el cargo, también comprensibles, sino de exigencias básicas para conducir algo más que un plantel nacional que tiene que disputar un torneo continental y una clasificatoria como siempre competitiva.
Bajo ese prisma, la llegada de Pellegrini puede entenderse como secundaria. Mejor dicho, pasa a un plano de menor alcance, porque lo que debería importar más que cualquier nombre es el modelo que se quiere estructurar para el desarrollo del fútbol chileno en general y no para la Selección en particular. El ordenamiento integral es lo que siempre le ha interesado a Pellegrini, porque su discurso nunca se ha acercado a la improvisación, el azar o la constelación de astros que le haya tocado dirigir.
Entonces, hablar ahora de Pellegrini como candidato es un juego periodístico que siempre moviliza, porque tampoco es de gusto popular, y no es del tipo expansivo, que suele mostrarse o hacerse el simpático para ganar adeptos. Nadie hoy puede cuestionar su capacidad para competir al primerísimo nivel y menos se le puede criticar porque le falte "manejo" de grupo, donde por lejos se destacó desde que comenzó su trayectoria. El punto inevitable de discusión futbolística será si su principio táctico reflejará la identidad que ha adquirido la Selección esta última década, aun cuando no se puede disociarla de los jugadores que llevaron a la práctica ese modelo y que quizás no sea en su mayoría los mismos con los que Pellegrini pueda contar.
La pregunta que debe plantearse es si efectivamente a Pellegrini le interesa asumir la Selección sin que aquello contemple atribuciones sobre otros aspectos que en los últimos años han escapado a las atribuciones de los seleccionadores o de frentón no les ha interesado a los entrenadores de turno. Como base de trabajo, la oferta de la ANFP no puede circunscribirse a la dirección técnica de la Selección sin un contenido global, como ha sucedido con los anteriores técnicos de Chile. Los objetivos meramente resultadistas deben tener alguna prioridad, pero por ningún motivo tienen que representar la base de la propuesta. Si fuera así, algo muy dudoso si es que Arturo Salah es quien comanda este proceso de contratación, se puede adelantar sin temor al error que la respuesta será un no rotundo.
Luego de este fracaso eliminatorio, es vital asumir que el fútbol chileno ingresa a una nueva fase en la que más relevante que ganar es construir. Si esa es la premisa, la oferta a Pellegrini puede ser tentadora.