La abstención electoral preocupa a los expertos desde hace meses. La participación ha sido baja desde que se introdujo el voto voluntario en 2012. El escenario precedente tampoco era tranquilizador, porque entonces la inscripción era baja y existía una ciudadanía paralela que no participaba legalmente. En las municipales de 2012 fue del 43% y en las del año pasado, del 35%. Las únicas presidenciales con voto voluntario alcanzaron una participación del 49,3%. Se estima que la participación en estas elecciones podría estar, en el peor de los casos, por debajo del 40%.
Para ganar una elección no basta con sacar más votos, también hay que procurar que el adversario reúna menos. En las dos grandes victorias del Partido Popular en la España democrática -José María Aznar en 1996 y Mariano Rajoy en 2011-, la victoria se logró dejando en casa a los votantes rivales. Para disuadirlos, Aznar se apoyó en los numerosos casos de corrupción de los gobiernos de Felipe González y Rajoy, en los errores de gestión de Zapatero durante la crisis económica de 2008.
Desde que ganó las primarias de Chile Vamos, Sebastián Piñera sabe que tiene que hacer algo parecido. Tiene que mantener a sus votantes movilizados y no cometer errores que activen a los de sus rivales, que básicamente están desmovilizados por el pobre rendimiento del gobierno de la Nueva Mayoría. Eso, unido al hecho de que alcanzó muy pronto su peak de intención de voto, ha hecho que la campaña sea para él un eterno disimular, un escurrir el bulto y evitar las oportunidades de cometer errores. Resulta agotador ser el favorito durante tantos meses sin tener ocasión de demostrar por qué uno lo es.
Ayer, Piñera se adentró en un campo minado al quejarse de la campaña institucional para promover la participación electoral. Asentó su crítica en el hecho de que el Gobierno no movió un dedo para promover el voto en las primarias. "Yo no sé cuáles son las motivaciones detrás del cambio de actitud; si son electorales (partidistas), me parece que no son legítimas; pero si son fortalecer nuestra democracia, entonces las compartimos y las apoyamos", afirmó.
El problema es que la suposición de que sean razones sectarias las que animan la campaña oficial, primero es un juicio de intenciones difícil de demostrar y, segundo, contradice la lógica democrática. Apostar a que con menos participación el sistema se verá fortalecido, es un contrasentido. La crítica del ex Presidente, sin embargo, ha expuesto prístinamente que disuadir a los votantes del adversario constituye uno de los ejes de su estrategia.
Esta apuesta supone jugar con fuego, porque puede ocurrir que la votación sea tan baja, que la legitimidad de los cargos surgidos de esta elección resulte cuestionada.
Con todo, Piñera es el favorito, y eso lo convierte en la medida de todas las cosas. En el campo oficialista están convencidos de que tras alcanzar su máxima intención de voto, Piñera solo puede bajar. De hecho, ha cedido algunas décimas últimamente y la encuesta Cadem indicaba ayer que Guillier estaba acortando distancias de cara a la segunda vuelta. Sin embargo, las candidaturas de centroizquierda siguen sin generar la suficiente presión. Esa es la razón por la que existen tantas invitaciones a alcanzar acuerdos de cara a la segunda vuelta. La operación "todos contra Piñera" está en la puerta del horno de la Nueva Mayoría y no se sabe si tienen más ganas de lanzarla los socialistas o los democratacristianos.
El candidato más agresivo con el que se enfrenta Piñera (al margen de los groseros desplantes del senador Navarro) es José Antonio Kast. El activismo de Kast ha generado un polo de atracción de nuevos votantes que se están movilizando a la derecha de Piñera. Con ellos, la única estrategia posible es la del voto útil, porque a Chile Vamos no le conviene ofenderlos, ya que tendrán que decantarse por Piñera en la segunda vuelta, les guste o no.