Los motores necesarios para impulsar el crecimiento en los próximos años son muy diferentes a los que operaron en los 90. Desde entonces se han sucedido varias etapas distintas en las fuentes del crecimiento, que dan luces sobre las causas estructurales de la situación actual y que, al mismo tiempo, confirman que no es posible restituir los motores que tuvimos en el pasado. El verdadero desafío que enfrentamos es inventar lo que viene.
Dos hechos relevantes, ambos irremediables, están en la base de este planteamiento. El primero es el menor dinamismo que se produce cuando el producto per cápita de Chile se acerca al umbral del desarrollo y los proyectos e iniciativas de mayor impacto se comienzan a agotar. El impulso de la llamada "convergencia condicional" aportaba cerca de 4,5 puntos porcentuales al crecimiento de comienzos de los 90, y hoy se ha reducido a alrededor de solo 2,5 puntos porcentuales. Por esta razón, las políticas orientadas a simplificar las regulaciones, modernizar el Estado, asegurar la estabilidad macroeconómica e incluso, recuperar las confianzas, tienen ahora menos impacto. Son necesarias para seguir avanzando, pero no suficientes para aportar el impulso adicional que el país requiere. Así, resulta lamentable que el programa económico de Piñera se limite solo a medidas en este ámbito.
El segundo dice relación con la pérdida de fuerza en estas tres décadas de los sectores exportadores líderes (minería, forestal, fruticultura y acuicultura). A inicios de los 90 alcanzaron un crecimiento en torno al 10% anual; en la primera década del milenio llegaron a un 4,5% promedio anual, y en los últimos cinco años muestran un crecimiento prácticamente nulo. Este hecho explica una baja de alrededor de 2,5 puntos porcentuales de crecimiento entre comienzos de los 90 y la actualidad.
Estos factores explican la mayor parte del actual letargo estructural de la economía chilena. Por esta razón adquiere relevancia el tercer motor del crecimiento: la transformación que se produce cuando los recursos económicos se movilizan desde actividades de baja productividad hacia otras de alta productividad. Este proceso, que en ocasiones se denomina de "destrucción creativa", está en el corazón del crecimiento sostenido de los países exitosos, pero que en las últimas tres décadas ha tenido una bajísima contribución al crecimiento de Chile. Los procesos de transformación virtuosa son el resultado de ecosistemas donde las interacciones entre los diferentes actores (gobierno, el mundo del conocimiento, el capital humano, los emprendedores y las empresas) generan impulsos de ganancias de productividad, que se van reforzando unos a otros y forman círculos virtuosos. Cada una de las partes de este sistema no tiene efectividad si opera en forma aislada, sino que necesita del conjunto para lograr resultados efectivos
En consecuencia, para reencauzar el crecimiento de nuestro país es indispensable comprender por qué las interacciones virtuosas entre estos actores no se han desplegado durante todo este período de prosperidad. Sin pretender una respuesta definitiva, hay cuatro dimensiones que se deben considerar en un diagnóstico sobre el cual se pueda construir el motor ausente de nuestro crecimiento.
Primero, el sistema político se ha distanciado de su responsabilidad de articular la gobernanza que requiere el crecimiento y que el mercado no resuelve en forma natural. Los años de la abundancia instalaron la idea de que las políticas públicas deben limitarse a "compensar a los perdedores", más que a construir plataformas de progreso para todos. Este enfoque ha tenido consecuencias económicas y políticas dañinas. Por ejemplo, los subsidios que ha recibido Lota por más de 20 años y gran parte de los programas que entrampan a las pymes están diseñados bajo esta lógica. Cuando Rodrigo Valdés dice que dentro del Gobierno "algunos no tienen el crecimiento dentro de sus prioridades", refleja que esta traba está enraizada en el mundo de la Nueva Mayoría y aún más en el Frente Amplio.
Segundo, el mundo del conocimiento está, salvo excepciones, divorciado de los procesos económicos innovadores y transformadores. Sin el aporte de la educación superior a la construcción de comunidades de aprendizaje es imposible diseñar el motor de la transformación productiva en un mundo de cambios y avances tecnológicos acelerados. Nuestro sistema universitario está abocado a sí mismo y tiene altas ineficiencias que le impiden jugar este rol. Ejemplos son la enorme deserción, carreras largas que privilegian lo académico por encima de la práctica, y los numerosos egresados que no se desempeñan en lo que estudiaron. Las reformas a la educación superior que se discuten actualmente en el Congreso no resuelven estos problemas, sino que más bien los agravan.
Tercero, los empresarios se sintieron cómodos cuando la mayor parte del crecimiento se originaba en la "convergencia condicional" y en el empuje de los sectores líderes. Una excepción pasajera fue la generación de Claro, Philippi, Guilisasti y Concha en la Sofofa en la primera mitad de la década pasada, cuando aparecieron las primeras alertas de desgaste de los motores tradicionales que luego el súper ciclo disimuló. Si bien hoy parece que ha vuelto la idea de explorar nuevos caminos, la plena incorporación de los empresarios al carro de la transformación productiva requiere de una articulación público-privada que es incompatible con el ambiente de desconfianza existente.
Por último, la articulación del Gobierno, las universidades y las empresas debe ocurrir a escala local, en ciudades y territorios específicos. Es muy difícil generar comunidades de aprendizaje efectivas cuando las interacciones entre actores se desvinculan del proyecto común que les da sentido y que permite la reciprocidad que necesitan los círculos virtuosos. Las realidades propias de cada ciudad y su contexto específico son ingredientes fundamentales para los resultados de los procesos de transformación.
En síntesis, el verdadero desafío actual es construir nuevos motores para un crecimiento sostenido, lo que implica generar ecosistemas de aprendizaje que integren a todos los actores relevantes en un esfuerzo de transformación e innovación productiva, que permita desplegar estrategias concretas para un crecimiento más dinámico.