No se podía esperar nada menos brillante viniendo de Duncan MacMillan, de actuales 37 años, el talento más aclamado de la dramaturgia británica en la última década, quien debutó aquí la temporada pasada con una notable versión de su arrobadora obra "Pulmones". En el mismo escenario se ofrece ahora "Todas esas cosas maravillosas", otra propuesta suya tan asombrosa y singular como la anterior. El texto en cartelera data de 2013 y, ya que es básicamente un unipersonal, su intérprete original, Jonny Donahoe, figura como coautor; pero el dramaturgo había procesado la idea por diez años antes con el director del montaje y otros actores, a partir de un cuento suyo.
Más una 'experiencia escénica' que teatro propiamente tal, es un monólogo que se desarrolla con la ayuda de los espectadores, algunos sentados en semicírculo sobre el escenario. Esa cercanía e intimidad hace que la representación -que se presenta con luz de sala encendida todo el tiempo- funcione a la vez como un juego interactivo; por abordar los espinudos temas que trata, depresión y suicidio, parece también una suerte de terapia grupal de autoayuda. A algunos de los asistentes se les solicita gentilmente hacer de determinados personajes, tarea sin mayores exigencias, y todos siempre a la vista. Hay que estar atentos para leer la frase que se entrega al ingreso en un papelito, cuando el texto mencione el número que tocó en la nómina de cosas por las cuales vivir vale la pena. Todo lo cual genera un ambiente cálidamente participativo y empático.
Al frente el actor-personaje, que se muestra dispuesto a abrirnos su corazón, cuenta cómo de niño, a los 7 años, decidió escribir un listado de cosas que hacen agradecer el estar vivo, cuando su madre cayó hospitalizada de gravedad. Luego repasa otros hechos de su vida, como la relación con su padre y el descubrimiento del primer amor. Sobre todo, cómo de a poco se le reveló que su madre era suicida compulsiva. Nuevos intentos de autoeliminarse hicieron -porque "los hijos de padres depresivos siempre se sienten culpables"- que él fuera alargando su nómina más y más en su empeño por reconfortarla.
Irresistible y llena de encanto, divertida o entrañable a ratos, este es el espectáculo más amable y optimista que usted jamás imaginó sobre la depresión. Invita a amar la vida a través de los pequeños placeres y sencillas alegrías con que ésta nos sorprende a cada momento. Salimos de la sala contentos y con el ánimo en alto, pero también con un dejo de amargura, pues nos recuerda que no es fácil hacer felices a los que amamos, y a fin de cuentas siempre nos acecha la pena y el dolor.
Tras cinco años lejos del teatro, Álvaro Escobar conduce el juego con ineludible carisma y actitud acogedora, honesta y espontánea; además destaca su suelto manejo de la dinámica de grupo que exige el resultado. Bajo la hábil dirección de Alejandro Castillo, el montaje parece fluir sin esfuerzo pese a que tiene dificultades muy particulares. Este es un acierto muy, pero muy superior a "Conejo blanco, conejo rojo", otra experiencia teatral proveniente de Londres ofrecida aquí esta misma temporada, por cierto muchísimo más enriquecedora. Sin lugar a dudas, uno de los panoramas teatrales imperdibles del año.
Mori Bellavista. Constitución 183. Viernes y sábado a las 20:30 horas. $8.000 y $10.000.