Confieso que sobre el tema canino conozco bien poco, pero hasta donde yo sé, la figura de un perro en nuestra literatura es bien escasa. Recuerdo Memorias de un perro escritas por su propia pata (1893), de Juan Rafael Allende, escritor balmacedista que satiriza las costumbres sociales, políticas y religiosas de Chile en la época finisecular, y el extenso folletín de Daniel Barros Grez, Las aventuras de Cuatro Remos , aparecido a partir de 1921, donde se relatan las peripecias de un perro de los cerros de Valparaíso. También llega a mi memoria la novela Patas de perro, publicada por Carlos Droguett en 1965 y que algunas personas consideran una de las mejores novelas escritas en Chile. Pero ella no trata de un animal, sino de un infeliz niño que nace con pies deformes. El tema de la novela de Germán Marín, Carne de perro (1995), es la destrucción de las ilusiones, y los perros que aparecen en algunas novelas de José Donoso son imágenes simbólicas que remiten a instintos primitivos no dominados por los órdenes racionales. La novela El Evangelio según un perro vagabundo no podía menos que llamar de inmediato mi atención y más aún cuando recordé que su autor es un profesor de Castellano no vidente, de quien yo había comentado su libro, Fantasmas del Sur .
El perro de Jorge Muñoz Gallardo se llama Nubarrón, pero no es chileno ni vive en nuestra época. Tampoco es el protagonista de la historia, sino su narrador. Es un desconfiado perro palestino que fue testigo de los últimos días de San Juan Bautista y del ministerio de Jesús, a quien acompañó mezclado con sus discípulos. Crear la figura de un quiltro escéptico narrando una historia bíblica que Occidente respeta es un acierto del autor. Nubarrón deja muy claro el recelo que proyecta sobre lo que nos cuenta: "Dicen que el perro es el mejor amigo del hombre, yo no lo sé. He conocido hombres buenos y malos, bondadosos y crueles, inteligentes y necios, pero lo que mejor conozco son las pellejerías y angustias de la calle". Su mirada no será ni ingenua ni crédula: "Yo no creo nada más que lo que ven mis ojos, oyen mis orejas y huele mi nariz". Por lo tanto, el escepticismo con que mira a su alrededor se manifiesta desde el comienzo de su relato :"Yo no oí, ni vi nada semejante, pero ellos lo juraban", dice refiriéndose a los milagros ocurridos durante el bautismo de Jesús. Sus palabras revelarán de forma periódica su desconfianza perruna ante los hechos sobrenaturales testimoniados en los cuatro evangelios oficiales y también, la extrañeza que le causan los comportamientos incomprensibles de los seres humanos.
Los ojos de Nubarrón observan a Jesús actuando como un joven rabino que baila, ríe, siente miedo y está enamorado de María Magdalena. Asimismo, su madre, José de Arimatea y Barrabás asumen roles muy distintos a los que desempeñan en las sagradas escrituras. Pero no solo esto. La secularización de la vida, pasión y muerte de Jesús da origen a un relato de intriga y misterio que algunos lectores pudieran considerar demasiado racionalista y otros, fantástico, pero profano para todos, al estilo de las interpretaciones divulgadas años atrás por Michael Baigent, Richard Leigh o Henry Lincoln, que escandalizaron a medio mundo católico.
Lo único cierto es que El evangelio según un perro vagabundo es una obra de ficción escrita para ofrecernos realidades alternativas. En cuanto texto literario, exhibe apreciables fallas de estilo; por ejemplo, superabundancia de comas y desprecio del punto seguido o del punto y coma, pero la solidez y buena armadura del relato y el señuelo que ofrece la atrevida naturaleza de sus imágenes es indudable. Puede que no terminemos convencidos de lo que nos cuenta Nubarrón, pero su voz nos cautiva y hace que leamos su breve testimonio de una sola sentada.