Lo que David Lynch llamaba"la vida artística" consistía en tres cosas: café, cigarrillos y pintura. Este documental trata sobre eso, que algunos espectadores de cine ignoran: que mucho antes de ser cineasta, David Lynch fue un artista plástico, con estudios en pintura y una obstinada dedicación a "pintar y pintar, hasta que des con algo". Lo que no dice es que este es uno de los rarísimos casos en que un artista procedente de la plástica se convirtió no solo en un cineasta constante, sino en uno de los más grandes. Es bastante probable que en el futuro se considere a su obra plástica como un mero complemento de su trabajo fílmico.
Su compromiso con esas formas expresivas es tan profundo, que las películas que Lynch suele mencionar como sus referentes pertenecen a autores que veían al cine como extensión de sus trabajos plásticos: Man Ray, Hans Richter, Marcel Duchamp, incluso Jean Cocteau. La mayoría militaba en el surrealismo. Pero Lynch no ha seguido al más grande de los surrealistas del cine, Luis Buñuel, acaso porque no tuvo vínculos con la pintura.
TheArt Lifeabarca la vida de Lynch hasta 1977, el momento de su ingreso formal al cine, con el largo Cabeza borradora, al que seguirían el exitazo de El hombre elefante,el desastre de Dunay la sorpresa de Terciopelo azul.
Primera novedad: la infancia de Lynch fue completamente feliz, con una familia tradicional, unos padres generosos y un mundo pequeño y protegido. Los que creen que un arte tenebroso y nihilista como el de Lynch necesita de un trauma infantil -el modelo del psicoanálisis- tendrán una severa decepción. El arte no funciona así.
Segunda novedad: el joven estudiante de arte accede por primera vez a un mundo decadente, corrompido y abandonado recién cuando ha egresado, en Filadelfia. Esta ciudad deteriorada, al borde del abandono, marca un contraste total con los pequeños y apacibles pueblos en que Lynch pasó sus primeros años, en Montana, Idaho o Washington.
Ese contraste puede explicar mejor lo que sucede en sus películas -si es que uno insiste en creer que la biografía es el motor del arte-, pero ello tampoco habría ocurrido sin la sensibilidad alerta e idiosincrática del artista que ya ha aprendido que la primera operación artística consiste en evitar lo obvio, sencillamente porque allí no está la verdad. Para buscarla se necesita la sublimación, el filtro estético, los instrumentos con que se revela lo inaparente. No hay mucho de esto en The Art Life, por desgracia; más bien hay un esfuerzo por consagrar el aura de misterio con que se ha revestido a Lynch.
Esto no es muy distinto de lo que ya ha aparecido en decenas de películas sobre Lynch, todas laudatorias, aunque mal difundidas. Como en esas otras, aquí Lynch se despliega sin obstáculos, con su voz pastosa y su rara manera de alargar las sílabas: nada nuevo. Pero, junto con Pretty as a picture: The art of David Lynch, filmada en 1997 por su amigo de adolescencia Toby Keeler, es quizá la que mejor describe los inicios de un hombre que recién ha pasado los 70 años.