Al principio de su autobiografía en décimas -una de las obras más notables de la literatura chilena-, Violeta Parra desliza la antigua tensión entre el arte oral de la palabra y el arte escrito de la misma, entre el canto y la poesía literaria. Toda la obra -que le invito a leer por ingeniosa, divertida y trágica- es una composición escrita, literaria en el mejor de los sentidos, pero traspasada de canto, porque ella se las arregla para componer algo intermedio que tiene de ambos una dosis difícil de escindir.
El primer grupo de décimas lo dedica la autora a explicar precisamente en qué consiste el canto popular al cual ha dedicado su vida, las grandes dificultades que supone para el solista, los talentos que requiere, el talante anímico del cual nace y las características del útil instrumento unido íntimamente a ese oficio, el guitarrón. La obertura de la obra, pues, es una mirada amorosa y descarnada de esa forma de arte que la ha nutrido. En el segundo grupo cuenta que su hermano Nicanor le propuso un día escribir sus penurias "a lo pueta" y se explaya en una larga secuencia de reparos que se le ocurren para negarse a llevar a cabo esa propuesta. En fin, en el tercer grupo se decide por hacerle caso y da las razones que la han movido a ese cambio de opinión, las que se resumen en estas seis hermosas décimas: "Luego vine a comprender/ que la escritura da calma/ a los tormentos del alma/ y en la mía que hay sobrantes;/ hoy cantaré lo bastante/ pa'dar grito de alarma". Luego, en las décimas que siguen viene la autobiografía propiamente tal.
Como se ve, los tres primeros cantos de las décimas son un "prolegómeno" de la poesía, demostrando que Violeta Parra, en nada ingenua, sino muy consciente y reflexiva, medita con agudeza acerca de su oficio, pone de manifiesto la diferencia entre el canto que ella practica y la poesía tal cual se entiende en ese momento (que después de Homero dejó de ser canto) y elucida los pros y los contras de intentar una obra poética, al estilo de las que hace su hermano; los riesgos que corre de pasarse, aunque sea de modo excepcional y provisorio, a esa otra orilla.
En todo momento el lector advertirá el cariño y la admiración que siente Violeta por su hermano "sencillo" que "si ahora no tiene templo/ lo tendrá tarde o temprano", pero con una modestia, que funciona como una "captación de benevolencia" para el lector, se queja de su supuesta falta de pericia para la poesía. Es notable cómo en esta cuestión Violeta, aunque muy discreta, también echa luz sobre el secreto del gran arte poético de Nicanor.