Se ha puesto de moda decir "tranquila" cada vez que una mujer se apasiona, levanta la voz o insiste en un punto de vista o discrepa abiertamente con otros. Esto no solo en lugares públicos, donde está cumpliendo un rol. En conversaciones privadas, entre amigos, en familia.
En el fondo es una agresión. Está bien que seamos educados/as. Está bien que aprendamos a discutir sin atacar al contrincante y escuchando las ideas distintas con apertura de mente y no con afán de destruir la posición de la otra persona. Lo que no está bien a estas alturas del desarrollo es pedir tranquilidad cuando nadie la ha perdido. Eso es también una descalificación. Porque quien no está tranquila es que está fuera de sí, en el sentido de que no está capacitada para argumentar porque está interferida por la rabia o reaccionando ante un sentimiento. O sea, decirle a alguien "tranquila" es inaceptable, salvo que esté dando patadas o gritando.
¿Será que queremos ser británicos? ¿Será que decirle "tranquila" a alguien que se está expresando es una crítica velada a la validez de sus argumentos? ¿O una forma disfrazada de represión?
No pasa con los hombres ni entre ellos cuando intercambian ideas. La pasión allí puede ser un valor. La certeza una forma de solidez intelectual.
Es preocupante no solo por razones de igualdad de género o por exceso de cultura de fineza en los modales. Es preocupante porque las convicciones siempre han podido expresarse a través de la pasión y el compromiso. También la dulzura y la empatía son formas importantes de hacer la expresión valida, correcta y convincente. El ideal es combinar estas formas.
Pero no es posible en una sociedad donde la gente más bien educada es la que peor se comporta en las carreteras o las calles, como si fueran sujetos primitivos, y la grosería anónima es pan de todos los días.
Los recientes sucesos en Las Vegas o en Cataluña nos vuelven a demostrar que los humanos tenemos pasiones y que en ocasiones no tenemos otra manera de expresarnos que la exageración, la rabia y la violencia. Pero si el ser humanos está hecho de materiales tan diversos y si las herencias culturales son tan fuertes, ¿por qué este pueblo nuestro que viene en su mayoría de países que no son precisamente flemáticos, debería comportarse como si fuéramos distintos de quienes somos?
La represión excesiva de los instintos nunca trae buenos resultados. Cuando se prohíbe psíquicamente cualquier extremo en la forma de comportarnos, cuando la pasión se convierte en enemiga de la convivencia, hay un aspecto biológico y psíquico del ser humano que se va muriendo o perdiendo su verdadera voz.