De poco sirve a estas alturas cuestionar los hechos que nos llevaron a estar así, pidiendo una actuación histórica, de antología, ante la mejor selección del mundo por estos días. O, en su defecto, un milagro matemático-probabilístico que premie
in extremis las cualidades de este grupo privilegiado de jugadores.
Si finalmente se consigue el objetivo -la clasificación o el repechaje-, no habrá necesidad de un proceso sumario en busca de culpables, porque estaremos otra vez en el éxtasis tan frecuente de la última década. Agregaremos otro jalón más a la jerarquía individual y tomaremos estos días de frenesí y angustia como una anécdota. Los héroes cobrarán sus cuentas, señalarán con el dedo y dirán que jamás dudaron.
Y si no, tendremos que desarchivar las excusas y los lamentos, porque será la peor de las fiestas perdidas: teniéndolo todo nos habremos quedado afuera, con la sensación de que el cachito que nos faltó se quedó enredado en errores evitables y decisiones mal tomadas.
Será, si sirve de consuelo, un ejercicio que se hará en siete países sudamericanos, con matices. Todos los eliminados creerán que tenían material de sobra para estar en Rusia, y que el pasaje se les escapó de entre los dedos. Bastará decir que Colombia alcanzó a festejar; o que Argentina -que lamentaba perder finales- esta vez ni siquiera habría llegado a la cita. Hay toda una generación que no se imagina lo que significa quedar fuera de un Mundial y para la cual, obviamente, este trance resulta aún más angustioso.
Paolo Guerrero, el gran ídolo de los peruanos, no había nacido la última vez que su país estuvo en una Copa del Mundo. Dicen los imparciales -sobre todo en Europa- que la clasificatoria sudamericana es la más linda del mundo, pero a los que la sufrimos nos parece de una crueldad infernal. Una vez más: no teníamos por qué padecer este calvario, pero la fortuna nos dio la chance de llegar a esta última fecha con vida y con opciones de repetir la épica.
Algunas cosas que lamento hoy, en la antesala. Que Pizzi haya bajado tan tarde desde el Olimpo al llano para mostrar enojo, para soltar un chiste o para poner el currículum sobre la mesa. Que la tríada de oro completa del mediocampo no esté para el partido más trascendente. Que en la desesperación pidiéramos revisión de la amarilla de Vidal y exigiéramos al límite a Charles Aránguiz. Que, en un fútbol donde las decisiones se toman cada día más en base a mediciones científicas, espionajes tácticos y observación meticulosa de los rivales y de los movimientos propios, no hubiera existido un método más confiable y riguroso para medir las capacidades de nuestros jugadores en la pasada anterior, que fue donde todo se emporcó.
Estamos aquí. En el límite de las emociones. Donde suele ponernos el fútbol: en la frontera más tenue, hostil e imprevisible de todas. Entre la gloria y el drama.