Antonio Manzini (1964) pertenece a la camada de escritores policiales que han renovado el género con diversos y sofisticados elementos, tanto literarios como extraliterarios. En primer lugar, sus novelas están protagonizadas por un detective humano, demasiado humano, un funcionario del orden público que a menudo ni se arruga para cometer, él mismo, infracciones legales que en realidad son delitos. Tal es Rocco Schiavone, un cincuentón que tanto en lo externo como lo interno se aleja radicalmente del prototipo de investigador descrito en las obras clásicas de la novelística policíaca, por lo general hombres y mujeres con grandes virtudes cívicas y morales. En segundo lugar, Manzini concibe narraciones en apariencia complejas, si bien la premisa en la que descansan es fundamentalmente simple: la comisión de un crimen o una sucesión de crímenes ligados entre sí, aunque el hilo conductor sea muy difícil de trazar y ello ocupe la parte central de la trama. Por último, la saga dedicada a Rocco conforma el retrato de una persona que, pese a sus defectos, posee la integridad de chocar contra la corrupción impune e invasiva de los privilegios sociales y contra el desencanto absoluto de la Italia de hoy. Quizá habría que agregar que Rocco, tal como sus colegas literarios en su patria o en otras latitudes, usa y abusa de la tecnología de ahora en las pesquisas que lleva a cabo, un factor que ya viene siendo casi un lugar común en las novelas de misterio del presente.
Sol de Mayo es la cuarta entrega de la serie en la que Rocco es el personaje central. Al igual que ocurre en las anteriores, el subjefe, oriundo de Roma y donde ha hecho la mayor parte de su carrera, en estos momentos se encuentra en Aosta, una pequeña ciudad del norte, castigado por faltas que nunca quedan claras para el lector. Unos días después de haber liberado a Chiara Berguet, rica heredera de una familia dueña de una firma inmobiliaria, secuestrada por la mafia o por encargo de empresas rivales, Rocco se halla hondamente afectado por un hecho que no le desearía a nadie: Adela, la pareja de Sebastián, su mejor amigo, es acribillada en su propia casa por balas que iban destinadas a él. La depresión, la sensación de culpa, el pesar indescriptible hacen presa de él y nada pueden lograr Ana, su actual amante, ni "Loba", una perra recogida en la calle y que se ha convertido en su mejor compañera. Sin embargo, la postración no es un estado de ánimo compatible con la vitalidad de Rocco, por lo que muy pronto echa mano del mejor recurso para combatirla, o sea, expresar su ira contra toda la sociedad, transmutada en una ironía capaz de herir más que un cuchillo, en tanto lo único que puede calmarlo es fumar varios porros de marihuana en la tarde. Casella, Deruta, D'Intino y, sobre todo, Ítalo Pierron y Caterina Rispoli, sus subordinados, ya lo conocen, saben tratar con su malhumor y están acostumbrados a sus repentinas intuiciones y los bruscos giros que toman sus investigaciones. Y a pesar de que Ítalo y Caterina son novios, ella insiste en su independencia, de modo que ambos convierten a Rocco en su consultor sentimental, con el previsible resultado de que surge una fuerte y peligrosa atracción entre nuestro héroe y Caterina.
Como sea, el equipo de Rocco en Aosta le ayuda a salir del pozo y lo anima a emprender la búsqueda del asesino de Adela, tarea en la que también están empeñados Sebastián y sus amigos, todos matones de temer. Mientras tanto, Corrado, socio de Tatiana, inmigrante rusa que atiende en un café, es ferozmente apuñalado por quien podría haber participado en la muerte de Adela y, hasta muy tarde en el desarrollo de la historia, nadie logra dar con su paradero. Al mismo tiempo, Mimmo Cuntrera, otro pájaro de cuentas, fallece en la prisión en medio de una reyerta, al parecer de un infarto, pero pronto Rocco descubre que ha sido envenenado siguiendo órdenes de muy arriba. Así, Sol de Mayo va presentado distintos escenarios, desde los más elevados, hasta lo más profundo de los bajos fondos: casas palaciegas, clubes exclusivos, oficinas inaccesibles, prostíbulos de lujo, el día a día en una comisaría de provincias y el descenso a la podredumbre de las cárceles, el comercio sexual callejero, el tráfico de estupefacientes a escala mayor y menor, en fin, el submundo que, en gran medida, hace posible que exista ese otro mundo de suma prosperidad y de extravagante ostentación.
Más allá de la acción imparable, rasgo común en los textos de Manzini, de una intriga sustentada fundamentalmente en diálogos lúcidos e inteligentes y de las ramificaciones que muchas veces dejan cabos sueltos -con seguridad para aclararse en sucesivos títulos-, Sol de Mayo , quizá la más ambiciosa ficción de este ciclo, es también una pormenorizada descripción acerca del modo cómo operan hoy el sistema judicial italiano y los medios de comunicación que cubren ese sector. En honor a la verdad, mal parados no quedan. Cada uno con sus respectivas mañas, cada uno con sus fortalezas y debilidades, tanto fiscales, jueces y abogados, así como todo el personal subordinado de los tribunales, unido a carabineros u oficinistas de rango inferior, hacen su trabajo como mejor pueden. Y lo hacen en medio de dificultades insuperables, luchando con poderes intocables, empleando casi sin excepción la mejor arma para combatir todos los males: el humor. De este modo, Sol de Mayo , que se sigue sin respiro, tiene la gracia adicional de ser un libro muy divertido.