George Orwell estuvo unos meses en España, como voluntario para la defensa del gobierno republicano. Volvió a Londres espantado y quiso dar testimonio respecto a cómo los medios británicos -no los de derecha, sino los de izquierda- falseaban la realidad de lo que ocurría en la guerra civil. No es que Orwell se hubiera pasado al bando fascista; es que en el lado opuesto se verificaba una batalla más solapada y más hiriente para las convicciones del autor: el combate del gobierno -liberales y comunistas- contra los auténticos revolucionarios (obreros, campesinos, anarquistas). Y no es solo que los medios de su país mintieran; es que, conforme a una práctica que puede haber sido inaugurada en ese entonces (Orwell lo creía así), bastaba una superposición de etiquetas para transformar en tu enemigo a quien debía ser tu aliado natural. Así ocurrió con la etiqueta de "troskista", que se convirtió rápidamente en sinónimo de "fascista camuflado" y, enarbolada de manera indiscriminada, llenó las cárceles catalanas. Hace pocos días, la directora de cine Isabel Coixet -catalana, por cierto- se quejaba de las acusaciones que ha recibido por desmarcarse de la postura independentista: "No importa que condenes absolutamente la brutalidad policial o que pidas (ya desde mucho antes que todo esto pasara) la dimisión inmediata de Rajoy. Como a la vez que condenas el comportamiento del gobierno, no condenas la actuación del Govern, inmediatamente eres un enemigo, fascista, fascistoide, franquista, la hez". Fascista le gritan en la calle, como a los antiguos troskistas.
Esa experiencia de Orwell fue su punto de partida para sucesivas reflexiones sobre el lenguaje y el totalitarismo, hasta culminar en los "Principios de nuevalengua", que el autor incluyó como apéndice de su novela más famosa, 1984, que ganó una renovada popularidad tras el ascenso al poder de Donald Trump, escalando hasta el segundo lugar en la lista de libros más vendidos. Aunque era cercano a filósofos del lenguaje como David Ayer y Bertrand Russell, Orwell detestaba el estilo de escritura especializado, y optó siempre por la claridad. Establecer la verdad. Ir más allá de las apariencias. Desentrañar las relaciones entre literatura, totalitarismo y verdad. Estos 10 ensayos mantienen una indudable vigencia en tiempos de la posverdad y el gatillo fácil para las etiquetas, tal como otro libro ejemplar escrito a la luz de lo ocurrido durante el ascenso de los totalitarismos: LTI. La lengua del Tercer Reich, del filólogo Victor Klemperer.
GEORGE ORWELL
Debate, Santiago, 2017. 190 páginas.