Lo primero que llama la atención en este documental es el candor. Desde las primeras palabras ("En toda familia hay al menos un secreto"), el candor determina la forma en que la protagonista-cineasta, Lissette Orozco, se enfrenta a la que de a poco será su antagonista, su tía materna Adriana Rivas. No solo a ella: igual es el candor ante su familia, sus fuentes, la sociedad, el pasado, el país. Lissette Orozco se mueve sobre una ciénaga, pero no parece advertirlo hasta el final de su tormentosa aventura; y aun esto es incierto.
Adriana Rivas fue la "ídola" de la infancia de Orozco: la mujer libre, independiente, original, que vivía lejos y llenaba su imaginación cada vez que volvía de visita. Hasta que en 2007 vino a ocurrir un hecho perturbador: la tía fue detenida. La acusación pudo ser misteriosa para una niña, pero no para un adulto. Adriana "Chany" Rivas aparecía implicada en el crimen del dirigente comunista Víctor Díaz luego de su captura en la famosa "ratonera" de calle Conferencia.
Cuatro años más tarde, en un movimiento bastante menos misterioso, "Chany" Rivas quebrantó su orden de arraigo y huyó rumbo a Australia. A partir de ese punto, Lissette Orozco empieza a comprender la historia de esta mujer, quien dice alegremente que fue reclutada por la Dina y que pasó en ella "los mejores años de mi vida". Esto parece tremendo, pero ¿lo será? ¿No está siempre una veinteañera en sus mejores años, esa edad donde la vida vale tan poco, sobre todo la ajena?
"Chany" se esfuerza para que su sobrina comprenda sus motivaciones. Se identifica en la clase media, pero sus bordes están más cerca de la pobreza. ¿Cuándo estaría una mujer como ella, secretaria ejecutiva bilingüe, en una cena en el Palacio Cousiño o en una embajada? ¿Y con escoltas, generales, presidentes? No se lo pregunta, lo responde. Toda la banalidad de la Dina cabe en estas explicaciones visuales simples, inelegantes.
Y bien: de esto estaba hecha la Dina. Esta era su materia prima. No hubo ni por asomo superoperativos ultrasofisticados. Sus agentes fueron gentes como "Chany": pobres, jóvenes y de pocas luces. Deslumbradas por el poder (y la violencia), como lo estaría cualquier joven en las escalinatas del Reichstag o el Palacio de Invierno. Esas personas forman parte de ese "al menos un secreto" que tienen miles de familias de Chile.
Por supuesto, "Chany" no vio torturas ni estuvo cerca. La cineasta quisiera creerle, pero los testimonios abruman: "Chany" estuvo en la Brigada Lautaro, de cuyo cuartel, en la calle Simón Bolívar, no se conocen sobrevivientes. Algunos exagentes la sindican como una de las torturadoras más crueles, las que parecían divertirse con el dolor ajeno.
Esto ya está muy lejos del candor inicial del proyecto que, en este formato documental, barato, personal y también pobretón, hacia el minuto 60 se ha vuelto devastador. La película parece disolverse y los últimos textos resultan insignificantes. La inocencia ha perdido sus derechos.