La forma como crecen y se estructuran las ciudades se vincula de modo poderoso a la manera como se explota la tierra circundante. Las ciudades -no solo piénsese en la metrópolis- son grandes consumidoras de productos agrícolas frescos y, en la dirección inversa, productoras de cantidades ingentes de basura. La ciudad es una suerte de gigantesco estómago que requiere del campo para saciarse y, simultáneamente, lo requiere para depositar la basura que produce esa digestión. Input y output.
Cuando las grandes ciudades aumentan de población, presionan para expandir los límites urbanos para contener el aumento de los precios de las viviendas que necesitan sus nuevos habitantes. Los planos reguladores se modifican para añadir hectáreas urbanizables y esas decisiones políticas son de extrema importancia, aunque las zonas, formas de conectividad y cantidades que se añaden, se eligen según criterios de puro cálculo económico y tomando en cuenta solo los intereses de ese ente urbano singular. El punto es que las hectáreas que se suman a esa ciudad son hectáreas que se restan a la producción agraria destinada, primariamente, a la alimentación de la misma ciudad que crece. Mientras más habitantes tiene, aumenta la demanda de productos frescos, encarecidos cada vez más por la lejanía entre los territorios que los producen y los centros que los consumen, territorios que, a su vez, son compulsados a practicar monocultivos de manera intensiva, y forzados a recibir las cantidades siderales de basura a que el proceso de consumo urbano da lugar. La agricultura industrial, intensiva y de monocultivo, y el basural periurbano, es el reverso de la ciudad contemporánea monstruosa, incontenible, insaciable, mal estructurada. Sé que no solo es un problema nuestro, pero es cada día mayor.
Vivo en el campo, en los bordes de la ciudad de Talca, y la tierra está siendo succionada con el propósito de producir alimentos para nutrir su estómago y el de otras ciudades del sur, hasta Temuco. A su vez, todas las mañanas los caminos campestres de los suburbios aparecen emporcados por basura que clandestinamente en la noche el habitante de la ciudad viene a botar. La ciudad ha estado siempre en una relación compleja con la "no ciudad", con lo que tradicionalmente se llamó "campo". Una nueva forma de ciudad se enlaza a una nueva forma de explotar la tierra que se encuentra más allá de ella y, así, pensar la ciudad es siempre una manera de pensar su relación con el campo. Construimos falsas ciudades que explotan la tierra, de manera que vivir en ellas se torna cada vez más caro y difícil, y el campo pasa a ser depredado para alimentar al gigante egoísta.