Mahmud Aleuy (Valdivia, 1959) es un político singular. Su circunstancia más rara es que es el único miembro del gobierno de Bachelet cuyo nombramiento lo firmó Piñera. Esto ocurre con todos los subsecretarios de Interior para que organicen el cambio de mando. Pero también es uno de los pocos militantes de la Nueva Izquierda cuyo estilo sigue siendo fielmente "escalonista", es decir, su poder se expresa más por lo que calla que por lo que dice y cuando habla suele ser en situaciones extremas. Aleuy, además, forma parte del círculo de políticos que se ha ganado el apodo de "hombre fuerte" de un gobierno. La principal virtud de estos grandes visires, que pueden ser hombres o mujeres, es que la Presidenta los escucha o, al menos, consiguen que los demás crean que lo hace. Para conseguir esto, hay que callar más que hablar y muchas veces hay que rumiar.
Para coronarse "hombre fuerte", Aleuy ha tenido que cohabitar con tres ministros del Interior distintos en cuatro años: Rodrigo Peñailillo -delfín político de Bachelet-, Jorge Burgos y Mario Fernández. Pero Aleuy forma parte de esos "hombres fuertes" que han conseguido que en sus cabezas quepa el Estado de Chile y parte del sector privado. No son tantos los que en estos casi 30 años de democracia lo han logrado: Boeninger, Correa, Figueroa, Insulza, Velasco, Carvajal, Chadwick... y algún otro más. Por último, Aleuy tiene otra singularidad más: es amigo personal de la Presidenta. Después de la quema de los Peñailillo y los Elizalde, se comprobó que el único que tenía talento y ganas para echarse el gobierno a la espalda era Aleuy. Él sostuvo a la Presidenta ese largo año en que Bachelet estuvo grogui después que el caso Caval enterrara su agenda de retroexcavadoras. Él evitó que, cuando empezaron a alzarse las quijadas de burro en el invierno de 2015, los partidos la dieran por amortizada e intentaran prescindir de ella. Por eso, que la Presidenta desautorizara su política hacia los radicales mapuches, cambiando el sentido de la querella contra los presuntos incendiarios de la iglesia evangélica, era un golpe demasiado duro para un político como él. En ese momento, Aleuy se encontraba en Argentina para intercambiar inteligencia con la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, operación que perdió todo sentido tras la decisión de La Moneda.
La narración oficial de la Presidenta es que el subsecretario está cansado y que estuvo informado en todo momento de las decisiones. Sin embargo, hay una versión que sostiene que cuando Aleuy se enteró de lo que se había hecho a sus espaldas, quiso renunciar desde Argentina, pero sus asesores lo convencieron de que quedaría mal. La evolución de Aleuy respecto de la crisis mapuche ha sido notable. Pasó de amenazar a los camioneros con no dejarlos entrar en Santiago en su primera marcha contra la inacción del Gobierno por los incendios de sus máquinas, a defender la tesis de que había delitos de terrorismo en La Araucanía.
Siendo el "hombre fuerte", Aleuy no podía dejar pasar una enmienda tan rotunda a una política que solo él sostenía con firmeza. El que teóricamente es su superior, el ministro Mario Fernández, ha actuado en este y otros casos como un flip flopper (término que se aplicaba a Bill Clinton por sus frecuentes cambios de opinión).
Las vacaciones indefinidas, sin embargo, constituyen una acción impropia de un "hombre fuerte" y lo dejarían como un "hombre débil". Como esto último incomoda al PS y al propio Aleuy, no sabemos si estamos ante un movimiento táctico -un calculado paso atrás para volver con bríos suficientes para supervisar el cierre del mandato-, o si es un último favor a su amiga la Presidenta, para que no se diga que "al Gobierno se le ha desgranado el choclo". Hay dudas respecto de que se trate de lo segundo porque la primera que ha dado el pistoletazo de salida para abandonar el barco, anunciando su futura ocupación en la ONU, ha sido la propia Bachelet.