La selección no ha estado ni cerca de alcanzar el límite inferior de su potencial colectivo e individual en la segunda mitad de estas eliminatorias. Y si en el fútbol los méritos de un equipo se miden por la capacidad versus el rendimiento, Chile no debe clasificar al Mundial. Aún más: si no fuera porque esta brillante generación nos acostumbró a ganar justificadamente y en cualquier estadio del mundo, hace rato que la campaña a Rusia 2018 la calificaríamos, a duras penas, de regular. Más precisamente, de mediocre.
Entonces, no podemos extrañarnos de que ahora lleguemos a un desenlace dramático en el que si los resultados lógicos se dan, vamos a quedar fuera incluso del repechaje. Esta vez son los rivales directos los que vienen en alza frente a un Chile que básicamente confía en lo que apareció a cuentagotas para la Copa Confederaciones: su jerarquía. Porque la mayor de las desgracias de la Selección no se remite a la anterior fecha doble con Paraguay y Bolivia, la presente calamidad es producto de un desgaste masivo, colmado de señales previas, que nunca previó el administrador técnico Juan Antonio Pizzi, cuya gran responsabilidad no fue la ceguera, sino que no haber explotado la enorme riqueza de un plantel único en nuestra historia a lo largo de un certamen de variables tan complejas como son las eliminatorias.
Aunque el conductor táctico abjure de su ausencia de liderazgo o de la insuficiente gestión de los talentos dentro y fuera de la cancha, los hechos y no los simples números son indesmentibles. Gran parte de este grupo respondió a la presión impuesta por técnicos con caracteres más fuertes para disciplinar y se alineó con los principios futbolísticos que fundaron y exigieron estrategas como Bielsa o Sampaoli para superar a potencias internacionales. ¿Puede Pizzi decir lo mismo de su campaña? Sí, pero solo excepcionalmente. ¿Y dejará su paso una huella? Si su discurso postrero, como el que ya esbozó ayer, es que quedará en la historia como campeón de la Copa América Centenario, será estrictamente cierto. Pero asimismo habrá que recordarlo como quien dilapidó una clasificatoria con la mejor selección que haya tenido Chile, o en el mejor de los casos, que con notorias dificultades llegó a la meta (porque ya parece que olvidamos esos 2 puntos ganados en la FIFA por el caso Cabrera).
La disyuntiva de todos los interesados de aquí al martes próximo parece ser si le hacemos caso a la aplastante realidad futbolística de los tiempos que vivimos o si seguimos sospechando (o imaginando) que el grupo recuperará su competencia deportiva extraviada hace meses. Los históricos méritos de esta generación abrigan una esperanza razonable, más allá de la menudencia y efectismos de última hora del administrador técnico, pero el análisis frío muestra una pendiente demasiado inclinada como para volver a la cima en tan corto plazo.