En el siempre laberíntico entorno directivo de Universidad Católica se conversa que una derrota categórica del cuadro cruzado ante Colo Colo significaría el desalojo técnico de Mario Salas. Según las crónicas de rigor, se dicen varias otras cosas al parecer. La más relevante: que al estratega solo lo sostiene su carácter histórico, ese que lo pone como único entrenador que ha conseguido un bicampeonato, pero que en San Carlos de Apoquindo su ascendencia e impronta futbolística se agotaron.
En la mente de Salas deben ocurrir muchas cosas. Las que verbaliza delatan que no ha extraviado su rasgo identitario:es un tipo convencido de su liderazgo. Cuando afirma que trabaja más que nadie en el club que dirige y que está seguro de que conserva el poder de persuasión sobre un plantel decaído anímicamente, retrató su condición de guerrero. Lo contradictorio, y en su cabeza no puede negarlo, es que su actitud no armoniza con lo que se aprecia en la cancha: un elenco desorientado y cada vez con menos confianza.
En los jugadores de la Católica, la elemental autocrítica se desvía por el corredor evasivo de que el próximo partido será el del despegue definitivo para pelear por el título. Iba a ser con Audax, no fue; Temuco pagaría los costos del renacer, no se pudo; ahora tiene sí o sí que ser Colo Colo, asumen los futbolistas. La obviedad del sentimiento de culpabilidad en los futbolistas siempre suena hipócrita en estas circunstancias. Será porque la experiencia les indica que los que sufren los despidos a mitad de temporada siempre son sus jefes.
Y entre los hinchas cruzados, esa masa donde se enredan el fanático leal a la institución, el hincha vociferante, soberbio y sediento de triunfos y el simpatizante tolerante pero crítico, la impotencia de ver que los archirrivales se alejan ya está llegando a tope, más todavía si su equipo aparece entreverado con clubes pequeños que luchan por no descender. Y en esos rincones apasionados ni la historia, ni el agradecimiento, ni la entrega superan al verbo ganar.
La descripción no es muy novedosa si no fuera porque el destino de Católica 2017, salvo que se produzca una hecatombe inimaginable, es una crónica de una muerte anunciada. Mucho se ha dicho que al final de temporada se harán las evaluaciones, sin embargo las señales son demasiado manifiestas como para seguir proyectando a este equipo en este campeonato. El proceso de Mario Salas, su más que provechoso ciclo, tiene fecha de vencimiento si es que la UC no decide realizar una profunda reestructuración de su plantel. Eso, se gane jugando feo o se pierda por poco ante Colo Colo.